viernes, 28 de junio de 2019

Maniac o el control del sujeto


Maniac es una serie que cuenta varias historias y trata de la mezcla entre realidad y ficción, así como de la amistad y la existencia de almas gemelas. También es evidente que habla de los traumas no superados y de las enfermedades mentales a través de los dos personajes protagónicos (interpretados por Jonah Hill y Emma Stone). Pero hay otro tema más escondido y que solo se sugiere hacia los últimos capítulos, de una manera no tan evidente, sobre el poder, sobre cómo el Estado y sus instituciones, así como la Familia, someten a los individuos hasta robarles sus atributos y solo son válidos y lícitos los dictámenes que los estamentos del poder establecen, por encima de cualquier otro. Por tanto, podemos decir que el guión es un ejemplo de la teoría del iceberg, conocida por escritores como Ernest Hemingway o más recientemente, Ricardo Piglia o Kjell Askildsen, al esconder de lo que verdaderamente se quiere hablar, que ha de sugerirse, pues lo que queda “tapado” es lo verdaderamente importante. 

Porque realmente Maniac habla de cómo se construyen discursos hegemónicos que a su vez son asimilados por la mayor parte de la sociedad como “verdad”. El tratamiento del experimento al que asisten Owen y Annie o las incursiones paranoicas sirven para ilustrar esta temática, pero no son el tema.

[Contiene spoilers] En este sentido, es revelador el último capítulo, cuando Annie va al psiquiátrico donde la familia de Owen lo ha encerrado -el poder del padre que pacta con el poder del psiquiatra sin ni siquiera preguntar al paciente ni dejarle que se explique, es decir, tomando la decisión por él-. Algo, por cierto,  que nos remite al "poder pastoral" de Michel Foucault. De manera que Owen asume, como sujeto sometido, que es un enfermo y que debe estar encerrado, (pues ese ha sido el discurso familiar y psiquiátrico), pero en realidad, no lo olvidemos, su familia lo ha castigado porque en el juicio contra su hermano él reconoce que aquel es culpable de haber violado a una mujer. El poder de los que tienen la potestad, es decir, los que toman las decisiones importantes, encierran al individuo no por ser enfermo, sino por decir la verdad y la verdad es que el hermano de Owen ha violado a una mujer, él, que no está enfermo.




Maniac tiene muchos, muchísimos momentos donde se da prioridad a las emociones, sobre todo en las incursiones de los dos protagonistas en el ensayo que se han prestado a realizar. Vamos asistiendo a las fantasías de ambos personajes, historias que los unen (ya hemos dicho que uno de los temas de la serie es la amistad pura o las almas gemelas, pero también la empatía y la solidaridad por el otro), pero si nos damos cuenta, en todas las historias, Owen y Annie tienen problemas con la autoridad o con gansters u otro tipo de personajes que los persiguen, de manera que siempre uno está salvando al otro (por cierto, en unas historias disparatadas, divertidas y llenas de elementos paródicos que ridiculizan distintos tratamientos genéricos de la cultura yanki).  Ambos son solitarios y emocionalmente vulnerables en un mundo enormemente capitalista, donde algunas empresas ganan dinero proponiendo amigos falsos (aquí se ve un detalle de la realidad distópica en la que viven). Sin embargo, Owen está controlado por su padre y su hermano, y le coaccionan para decir lo que ellos quieren que diga. Probablemente su único acto de libertad sea asistir al ensayo farmacológico. Y lo que surge de ese experimento es revelador.

No olvidemos que se trata de una distopía, y como tal, se aborda un futuro paralelo no deseado desde el punto de vista ético de la felicidad. Y ya sabemos que en las distopías, desde Nosotros, de Evgueni Zamiátin, hasta 1984, de George Orwell, Un mundo feliz, de Aldous Huxley, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury o El cuento de la criada, de Margaret Atwood (incluso en la mayoría de episodios de Black Mirror), se construyen historias alrededor del sometimiento de los individuos, dándose numerosos ejemplos de vigilancia y represión. En este sentido, nos recuerda inevitablemente a los modelos del "panóptico disciplinario" de Michel Foucault a partir de la idea arquitectónica del panóptico penintenciario de Jeremy Bentham. De manera más reciente, el filósofo coreano-germano Byung-Chul Han ha reelaborado esos conceptos y define de la sociedad actual como una “estructura de poder y coacción neoliberal de la libertad”, algo que refleja la realidad de Maniac.

Seguramente por ello, hay algunos momentos donde se sugiere que Owen detesta a su familia porque siempre le han tratado con condescendencia y de hecho, en alguna de las experiencias que vive en el ensayo farmacológico-tecnológico vuelven sobre esta idea, como espejos de una misma realidad, como cajas chinas que se repiten hasta el infinito.





Si estamos acostumbrados a leer novelas y películas con las gafas de la lógica, Maniac habla de un loco que confunde la realidad con la ficción, lo mismo que Don Quijote confunde, como todo el mundo sabe, los molinos con gigantes (por cierto, no es casualidad que la serie aluda tantas veces a la obra maestra de Cervantes). Sin embargo, no podemos hacer una lectura tan simplista: ni El Quijote trata de un loco ni Maniac de un enfermo. Hay que rasgar un poco más, pelar capas de la cebolla para llegar a lo importante (lo sugerido). Nos daremos cuenta de que Owen, sea o no un enfermo mental, está sometido por su familia y el Estado y gracias a ese experimento, conoce a Annie, una chica que no ha sabido pasar página ante la inesperada muerte de su hermana. Ambos se necesitan, porque han descubierto que gracias al poder de las emociones, pueden ser más libres, y por lo tanto, vivir según sus propias creencias, y no las que la sociedad capitalista quiere que sigan.

También la tradición lógica nos dice que una película o una serie ha de tener una linealidad, una evolución coherente con los arcos de los personajes bien definidos, e incluso, una presentación, un nudo y un desenlace. Pero la vida no siempre sigue este patrón, y por supuesto, hay grandes obras que tampoco lo siguen. Siempre ha habido libros, películas e incluso videojuegos que experimentan con sus propuestas narrativas y se alejan de los discursos tradicionales que buscan la perfección aristotélica. Lo perfecto muchas veces resulta previsible y no es suficiente para mostrar la realidad compleja con todas sus aristas. Tal vez porque Maniac tiene mucho de Philip K. Dick mezclado con Cervantes; porque hay distintas capas, subtramas intercaladas y una aparente paranoia que no es tal, pues hay suficientes elementos paródicos como para pensar que detrás de Fukunaga hay una mirada crítica que va más allá de lo que el iceberg nos muestra.


(Maniac, serie dirigida por Cary Fukunaga, EEUU, 2018).

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