jueves, 27 de mayo de 2021

Cabeza borradora, dirigida por David Lynch



Se podrían decir muchas cosas de esta obra estrenada en 1976, pero creo que ante todo se trata de un extraño, sorprendente y turbulento experimento fílmico, que alberga más de una interpretación, donde lo más importante es su lenguaje y la ambientación que desprende.


Dentro de un escenario industrial a la vez que sórdido, asistimos a una serie de escenas de la vida del protagonista, llamado Henry Spencer, quien tiene un hijo con su novia, pero resulta ser una cosa inhumana, quejosa y desagradable (cada uno puede interpretarlo como quiera). Tiene un argumento un tanto kafkiano, que, sin embargo, sirve para desplegar una serie de mecanismos y situaciones insólitas. Así, uno de los elementos que llama más la atención de Cabeza borradora es la ambientación claustrofóbica, en un entorno industrial, junto al personaje protagonista, que se mueve de manera mecánica y que vive acciones que no son nada convencionales (como la famosa secuencia de la cena en casa de los madres de Mary X). También resulta enigmática la atemporalidad de la película, ya que no hay antecedentes ni referencias que nos permitan saber dónde y cuándo ocurre la historia. Por eso, y a pesar de la historia que subyace entre escenas aparentemente inconexas e inexplicables, al final quedamos fascinados por el mundo extraño descrito en el filme. Pero no es lo único novedoso que encontramos.


Por un lado, tenemos la fotografía en blanco y negro que se extiende hacia la abstracción, sin que apenas haya distinción entre luz y sombras, tan sólo figuras grises sobre fondos negros y en ocasiones sobre fondos y luces blancas. Tanto por su fotografía, como por el tratamiento del sonido, Cabeza borradora es sin duda un ejercicio experimental, alejado del cine comercial o tradicional y podría recordarnos a alguna obra literaria de Kafka o del absurdo, pero que, dentro del cine, apenas tiene antecedentes reconocibles.


El tratamiento del sonido es uno de los mayores logros de esta película. Como un leitmotiv, percibimos un continuo conjunto de soplos de calderas, ruidos industriales, chirridos, que ayudan a configurar una ambientación que llega a ser molesta, con cortes bruscos en escenas sonoras. Fue un logro no sólo de Lynch sino también del ingeniero de sonido Alan Splet, con quien trabajó en sus primeros largometrajes, y que ha propulsado un importante desarrollo experimental al sonido en el cine.


Por tanto, no es tanto el lenguaje como la atmósfera y ciertos tratamientos del lenguaje lo que supone una novedad. Como dice Michel Chion en su libro dedicado al director de Lost Highway (Carretera perdida), la utilización del lenguaje por parte de Lynch no es otra cosa que una aplicación personal de un lenguaje común. Y es esa aplicación personal lo que realza el interés de sus obras, que nos parecen tan fascinantes. En cuanto a la trama, el propio Lynch ha reconocido numerosas veces que sus películas no tienen por qué tener un sentido “narrativo”. Es cierto que se puede hilar una historia con un sentido, a pesar de las numerosas escenas que oscilan entre el surrealismo y el mundo onírico, pero Lynch siempre deja un halo de esperanza para relacionar imágenes y buscar interpretaciones –que las hay-, aunque acaso no sea su mayor propósito.


La película tiene asimismo un interés añadido, ya que podemos encontrar numerosas características que después Lynch desplegará a lo largo de su filmografía, como la utilización del sonido experimental, las escenas aparentemente inconexas, cierta apatía por parte de los personajes principales ante situaciones extremadamente inhóspitas, diálogos que rompen el sentido convencional de la comunicación o el tratamiento del sexo (aunque no es tan explícito como en otras películas). También llama la atención el prólogo del filme, que parece ligado al lenguaje desplegado en sus cortometrajes y mediometrajes, pero que, por otro lado, descubre algunas cuestiones que abordará en sus posteriores largometrajes, como la cabeza que sugiere ser el espacio que albergará la historia que vamos a ver, otorgando a la imaginación todo el poder de narrar. En Lynch –al igual que en Buñuel- la ambigüedad, la sugerencia, parte del espacio de los sueños, deseos, pensamientos, y normalmente tiene más importancia que la realidad más cotidiana y física.


Es difícil olvidar las secuencias del teatro en el radiador, que tanto interés ha tenido para numerosos críticos; es otro componente típicamente lynchiano, que introduce otras escenas que luego veremos en la serie Twin Peaks, con la “Habitación Roja” o la del teatro de Mulholland Drive; en todas estas escenas parecemos asistir a un no man’s land que sin embargo supone una pieza clave, si no para la interpretación de la historia, al menos para la desencadenamiento de los hechos. 


Por todo ello Cabeza borradora sigue siendo uno de los filmes más enigmáticos de Lynch, una verdadera película de culto que todavía mantiene intacta su capacidad de sorpresa y su estilo tan personal.


(Reseña publicada originariamente para un monográfico dedicado a David Lynch en www.deriva.org en 2006).