David Lynch (1946 - 2025).
Ha muerto David Lynch a la edad de 78 años. Uno de esos artistas que uno piensa que nunca morirá, que siempre ha existido y permanecerá vivo para la eternidad. Y así es en cierta medida, pero aunque no lo pareciera, Lynch era humano, y nos ha dejado tras una brillantísima carrera como director de cine.
Tengo varios amigos con los que he hablado un sinfín de veces sobre la obra lynchiana. ¿Eres más de Twin Peaks o de sus pelis? ¿Te gusta más Cabeza borradora o Carretera perdida? ¿Es Mulholland Drive su mejor película? ¿Qué piensas de Twin Peaks: fuego, camina conmigo? ¿Te parece la menos Lynch, Dune o El hombre elefante?
A nivel personal, he dedicado en varias ocasiones reseñas y homenajes al autor de Terciopelo azul. Este blog es una prueba de ello (pueden verse varias entradas dedicadas a él). Pero antes, allá por 2004, preparé junto a mis compañeros de la revista (extinta) www.deriva.org un monográfico sobre su obra. Asimismo, en algunos de mis libros de creación, he rendido homenaje al autor de Carretera perdida, como en mi primer libro de poesía, Un hombre en el umbral, donde hay alguna referencia e incluso un poema que es un homenaje a Lynch (se puede leer más abajo). En mi novela Nada que perder, también está presente y aparece citado en alguna ocasión.
En verano de 2009 hice un viaje por EEUU y visité North Bend, el pueblo del estado de Washington (cerca de Seattle) donde se encuentra la cafetería original de Twin Peaks (la Doble R) y me comí una sabrosa hamburguesa, rodeado de fotografías del rodaje y creyendo ver a Cooper entrar por la puerta para pedir un café recién hecho. También visité Snoqualmie, el pueblo donde se puede ver el hotel y la cascada del comienzo de la serie. Después, en Los Angeles, visité el barrio de Mulholland Drive, buscando algunas de las localizaciones de la genial película que se titula precisamente Mulholland Drive. Quise comprobar cuánto había de ficción y cuánto de realidad, si es que se pueden separar ambos conceptos. Quise estar cerca de Lynch, tal vez quise sentir que podía vivir en sus películas.
En otra ocasión, pasé una tarde viendo tres o cuatro capítulos de la primera temporada de Twin Peaks en la filmoteca madrileña. Fue una experiencia diferente y algo rara, con esas butacas rojas y las grandes cortinas, pues tenía algo de "habitación roja". Y sentí de una manera intensa (a pesar de haber visto la serie anteriormente) que los personajes eran reales, como lo son Don Quijote o Ana Ozores.
Es tanto lo que habría que decir de David Lynch, que mejor no digo nada. Basta añadir que es de esos artistas que me han formado como autor y como cinéfilo. Incluso, creo, que al igual que Kafka o Cervantes, hay una mirada, una manera de concebir el arte y la vida que procede de Lynch, hay un estilo que podría denominarse lyncheano.
No soy el único. Desde ayer, veo en las Redes Sociales a muchos escritores y artistas en general que están citando a Lynch como una de sus máximas influencias. No es para menos. Se ha muerto un genio, un autor con una mirada y un mundo únicos, que ha dejado una huella profunda en el mundo. Porque sí, al final resulta que la vida imita al arte: David Lynch es la prueba.
DEP, maestro.
*
El rugido de un saxofón
Estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
FEDERICO GARCÍA LORCA
La noche oscura. Líneas amarillas hacia el infinito. Hormigas dormidas bajo la luna del desierto.
Las llamas rojas de un cigarrillo envueltas en una luz consumiéndose. Un rostro alucinado por el silencio en el cauce del humo y las brasas. En la boca chupando el cigarrillo, un lobo, en el cilindro de papel húmedo, el principio de las cenizas.
Sueñas con un pez dorado que salta de un río helado a un mar de fuego. Sueñas con carreteras perdidas y habitaciones rojas como si fueran un diminuto teatro en un rincón perdido. Te miras al espejo y piensas: Estoy con las manos vacías en el rumor de la desembocadura.
Piensas que un rostro que surge del vacío es el musgo en las paredes de una casa, las hormigas en una esquina de un jardín olvidado. Sueñas con un ruido inmóvil bailando en un mar de hielo. No sabes que la alucinación es un fragmento escondido de belleza que se agarra al rugido de un saxofón.
Se hace la oscuridad. Silencio. No hay banda. Una llama de luz inunda un rostro hirsuto. Los destellos siempre iluminan un segundo antes de volver a su madriguera oscura.
Al otro lado de la línea telefónica una jauría de payasos se ríe mientras te preguntas qué estás haciendo dentro de una habitación sin puertas. Todo se pierde en una noche donde las líneas discontinuas se confunden con los aullidos de tus ojos y tu voz atraviesa la línea telefónica sin saber si tú eres el que está hablando con el payaso o el payaso que habla contigo eres tú.
(Carlos Huerga: "El rugido de un saxofón", Un hombre en el umbral, Amargord, 2010).