Rafael-José Díaz (Santa Cruz de Tenerife, 1971) es poeta y traductor; autor de los libros de poesía El canto en el umbral, Moradas del insomne o Antes del eclipse, entre otros y traductor de autores como Philippe Jaccottet, Jacques Ancet, Gustave Roud o Hermann Broch. Recientemente ha publicado La crepitación. Poesía reunida (Ed. La Garúa, 2012). Es autor de varios blogs, como Travesías.
Eres poeta y traductor. ¿Qué supone para ti como poeta tu faceta de traductor? ¿Hay alguna relación entre ellas, como dos caras de una misma moneda, o por el contrario son creaciones distintas?
La actividad primera, primordial, primitiva es la poesía. Escribir poemas se remonta en mi caso a la adolescencia y va íntimamente unido a la convulsión y la perplejidad que conlleva el proceso de autodescubrimiento. Traducir viene después y se vincula, sobre todo al principio, a una fascinación por las lenguas extranjeras y al extrañamiento que estas introducen en mi propia lengua. La actividad traductora se alía posteriormente con el placer de la lectura y con la pasión de la escritura. Me veo traduciendo para leer lo que está más allá de mi lengua y para escribir lo que de otro modo no hubiera escrito. En este sentido, se van formando extraños vasos comunicantes entre la traducción y la escritura, tareas que concibo de forma diferenciada pero que acaban interpenetrándose.
¿Hay poetas de los que has traducido que supongan una influencia en tu escritura?
Sí. Lo primero que traduje, a comienzos de los años noventa, fueron fragmentos de obras de Edmond Jabès, Jacques Ancet e Yves Bonnefoy que sólo en algún caso llegaron luego a publicarse. Una de las primeras series de poemas que escribí en esos años se titula “Detrás de tu nombre” y, además de la influencia del último Valente, está muy marcada por las traducciones y las lecturas que realicé de textos de Edmond Jabès: la ausencia como impulso primero de la escritura y la búsqueda de una palabra capaz de conjurar el fondo insondable de esa ausencia proceden no sólo de mis propias vivencias personales sino de esa otra vivencia no menos central que fue el encuentro con la obra de Jabès.
Posteriormente he traducido sobre todo al escritor suizo Philippe Jaccottet. La prolongada frecuentación de su obra me ha regalado la valentía, la humildad y la sinceridad de una voz necesaria y siempre autocrítica. Qué duda cabe de que constituye uno de los grandes peligros de la traducción permitir que la propia escritura acabe profundamente marcada por la obra traducida. El poeta convoca con sus palabras un mundo que es único porque es el mundo de su propia mirada y de su propio corazón diferentes a cualesquiera otros. Si hay influencias o confluencias con una obra traducida, y siempre las habrá, no han de ser conscientemente buscadas sino azarosamente encontradas.
¿Cómo valoras la situación de la traducción literaria española?
No puedo valorarla porque la desconozco. Lo único que puedo aportarte son impresiones personales que adolecerían de una excesiva parcialidad. Habría que distinguir, me parece, entre traductores profesionales, aquellos que se dedican a tiempo completo a traducir literatura para ganarse la vida, y traductores ocasionales, por denominarlos de alguna manera, aquellos que en paralelo a alguna otra actividad profesional traducen de vez en cuando libros o textos que normalmente no les ha encargado ninguna editorial y que luego serán sobre todo rechazados o ignorados por los editores. Mi actividad como traductor se enmarca dentro de este segundo grupo. La traducción de poesía no suele estar bien pagada, por lo que no podría plantearme convertirla en mi única actividad profesional. Tengo la impresión de que hoy en día en nuestro país la calidad y la cantidad de las traducciones literarias han alcanzado un nivel bastante notable. Es un signo saludable, además, que se estén abordando lenguas minoritarias como el polaco, el turco, el rumano, el coreano, y un largo etcétera, y que de este modo podamos acceder a autores y obras hasta ahora desconocidos para nosotros. Contamos con grandes traductores profesionales y, también, con estupendos poetas-traductores. De todas formas, dentro de poco se publicará un nuevoLibro blanco de la traducción en España que ofrecerá un panorama general muy útil para todos aquellos que nos interesamos por esta actividad.
Aludiendo a la pregunta anterior, el escritor argentino Ricardo Piglia dice que habría que hacer en algún momento una Historia de la traducción. ¿Hasta qué punto es importante reconocer la traducción como parte del hecho literario y de la tradición?
El deseo enunciado por Ricardo Piglia se va concretando poco a poco: los estudios de traductología son cada vez más numerosos. Se va fortaleciendo la conciencia de que la traducción es una parte importante del hecho literario. Un dato que muchos conocemos me parece inequívoco en este sentido: gran parte de los poetas más destacados del siglo XX (y no me refiero sólo a los españoles) han sido también importantes traductores y, en algunos casos, han reflexionado además sobre el hecho de la traducción. Con frecuencia se olvida que cuando leemos en nuestra lengua a autores extranjeros son dos voces fusionadas en una las que nos hablan: la voz del poeta y la voz del traductor. Poetas que me gustan como Emily Dickinson, Konstantinos Kavafis o Giacomo Leopardi son distintos en cada traducción. Esto, claro, unas veces conlleva un desencanto y otras un goce multiplicado.
Entrando directamente en tu poesía, hay muchas imágenes relacionadas con la luz, el mar, el paisaje. ¿Qué relación hay entre el poeta Rafael-José Díaz y las islas?
Hay una relación compleja. Las islas son mi espacio natal pero también, desde hace mucho, la lejanía añorada o rechazada. Aparecen en los sueños unas veces en sus bordes de playas virginales y otras veces en su desoladora y corrompida soledad. No hay ningún lugar en el que yo me sienta realmente en casa que no sea mi isla natal, pero, ¿qué quiere decir esto? Las rechazo y me alejo de ellas con tristeza cuando las veo convertidas en paraísos artificiales prostituidos por la especulación, la corrupción y el compadreo. Las añoro cuando recuerdo mi infancia, mi adolescencia solitaria entre las calles de un antiguo barrio de pescadores y mi juventud universitaria rodeada de amigos con los que compartía la fiebre de la poesía. Cada vez que regreso intento descubrir algún lugar nuevo, y te aseguro que son inagotables. Sigue habiendo zonas intactas, mágicas, secretas en medio de tanta desolación. La luz de estos lugares se infiltra en el corazón y el mar, que siempre canta al fondo, acuna los sueños sedentarios del nómada. Podría estar horas hablándote de lo que son las islas (mis islas natales y otras que conozco) para mí, pero continuemos.
Tu poesía en algunos casos me hace pensar en el cine de Theo Angelopoulos o Michelangelo Antonioni. ¿Hay algún tipo de relación entre estos cineastas y tu creación? Si esto es así, ¿significa que el cine dialoga con tu poesía? ¿O que hay cierto tipo de cine que también es poesía?
La respuesta es afirmativa para todas las preguntas. Yo añadiría a muchos otros directores que me han fascinado a lo largo del tiempo: Renoir, Dreyer, Mizoguchi, Tarkovski, Bergman, John Ford, Fellini, Wong Kar Wai, Tran Anh Hung, François Ozon, Lucrecia Martel. La lista sería inagotable. Me apasiona el cine y lamento no tener todo el tiempo que quisiera para dedicarle. Si mi poesía dialoga con el cine lo hace sin que yo me dé demasiada cuenta. Algunos momentos arrancados al tiempo, o transformados en epifanías, o entremezclados de recuerdos o azotados por el viento de la premonición dialogan, qué duda cabe, con escenas cinematográficas que he visto y que he interiorizado. Hay, por ejemplo, una película china que me encantó hace unos años, Quitting, de Zhang Yang, en la que en un momento determinado el protagonista se tumba de espaldas en un montículo mientras las nubes pasan y el sol aparece y desaparece entre ellas; esto me recuerda a un poema mío, “Brecha solar”, del libro Moradas del insomne, en el que describo un instante similar sin que cuando escribí el poema me acordara en absoluto de la película. En cuanto a Antonioni y Angelopoulos, puedo decirte que los aprecio a los dos pero que conozco mejor la obra del último, cuyas escenas demoradas y tensas en las que el tiempo es capaz de entreabrirse para contener lo ausente y lo presente, el amor y la desolación, la memoria y los sueños, me parecen filmadas con la sensibilidad de la más alta poesía.
Por cierto, ¿qué te parece el cine actual?
Lo que conozco del cine oriental actual me encanta. Creo que se enfrenta a los problemas de nuestro tiempo y a las verdades eternas del ser humano (discúlpame la pedantería) con total valentía y con la crudeza y la delicadeza que el gran arte requiere. En cuanto a otros territorios, me gustan directores concretos, películas que he tenido ocasión de ver. Hace poco un amigo me dio a conocer las dos primeras películas de Lucrecia Martel, una joven realizadora argentina: La ciénaga y La niña santa. Me parecen extraordinariamente transgresoras y lúcidas y estoy deseando ver la última que ha rodado, La mujer sin cabeza. En cuanto al cine español actual, lamento no conocerlo demasiado.
Tienes ya una trayectoria importante con varios libros publicados. Decía Ángel González que lo importante en un poeta no es un libro o dos, sino crear una trayectoria. ¿Estás de acuerdo?
No, no estoy de acuerdo. El propio Ángel González desarrolló una trayectoria que a mí, personalmente, no me interesa demasiado. Lo importante no es ni siquiera el libro, sino el poema. Incluso un único poema escrito en estado de gracia es para mí más importante que una trayectoria mediocre. Kafavis, por ejemplo, uno de los poetas más destacados del pasado siglo, escribió poco más de ciento cincuenta poemas. Para mí los libros son colecciones de poemas que considero válidos y en los que creo que he dicho lo que quería decir. Si, con el paso de los años, los libros se van acumulando y los poemas superan la prueba del tiempo, que no sé si es mi caso, la trayectoria no será más que la suma de esos instantes luminosos que lograron capturarse con palabras.
En tu poesía en general, y en tu último libro hasta la fecha, Antes del eclipse en particular, los poemas muchas veces hablan de una experiencia que, aunque efímera, parece ser intensa y tiene un valor importante en sí misma. ¿Eres un poeta de los momentos perdidos, es la temporalidad el motivo germinal de tu poesía?
Sí, es posible. Aunque muchas veces, cuando se dice el instante, el momento cargado de intensidad, aún no está perdido. A veces se escribe contra la amenaza de la pérdida. Otras veces, es verdad, escribimos contra la pérdida misma. La búsqueda de la palabra es una lucha contra el tiempo. Y es una lucha paradójica, pues la palabra necesita del tiempo para decirse, es tiempo verbalizado; pero, a la vez, está apuntando hacia un resplandor que anula el tiempo de un modo parecido a como ocurre en los sueños. Por eso no creo en la poesía bajo programa, bajo ningún programa, pues sería como programar los sueños antes de acostarse. Por otra parte, lo que se encuentra al final del tiempo, de nuestro tiempo humano, es la muerte, y ese final es muchas veces el principio de un poema, o el centro desde el que habla un poema. La muerte entrevista como la disolución del tiempo, como el momento en que se alcanza la máxima verdad. La poesía va dando cuenta de esos zarpazos sucesivos en que se nos ha ido anunciando la muerte.
¿La poesía sirve para conocerse mejor uno mismo o para intentar entender mejor la realidad? ¿Es antes lenguaje o conocimiento?
Es ambas cosas. Uno mismo es parte de la realidad. La realidad es uno mismo porque accedemos a ella como representación, en el sentido de Schopenhauer. Pero el poema se sitúa en lo que este denominaba voluntad, es decir, una especie de energía primordial que va más allá de toda representación. Por eso para mí el poema no puede ser una simple cetrería de imágenes del mundo sino más bien la flecha lanzada por el arquero zen que busca conocer lo más profundo de sí mismo. No hay poesía sin lenguaje, desde luego: las palabras son el medio, la flecha, con la que se alcanza lo que está más allá de ellas, el blanco misterioso que coincide con el propio corazón. E incluso el propio lenguaje está a veces conectado con esa energía primordial que atesoramos desde la infancia y debemos custodiar hasta el final.
En una poética que escribiste para una antología de poesía española actual publicada en la revista Letra internacional dices: “Una vida en permanente irresolución (…) Tumultuosa o apacible, pero siempre dispuesta a una torsión, a un extravío, a una finta imprevista. Si algún poema ha de nacer, nacerá de esta vida”. Me parece muy interesante y casi parece un poema en prosa. ¿A qué te refieres con “finta imprevista? ¿Al misterio poético, al extrañamiento que decían los formalistas rusos?
Me refiero a que concibo la vida como un camino lleno de instantes imprevisibles, como una aventura permanente, como decía Claudio Rodríguez. Nos movemos en una dirección y de pronto aparecemos en el lugar contrario al que habíamos buscado. Vivimos apaciblemente una relación de pareja y sin que sepamos cómo de pronto nos encontramos solos. Nos vamos de viaje a una ciudad mediterránea y acabamos conversando en una terraza sobre literatura letona. Fintas imprevistas. Desplazamientos. Extravíos. Incursiones en lo desconocido de nosotros mismos. Por eso digo que si algún poema ha de nacer, nacerá de una vida abierta a lo imprevisto, no programada, no encorsetada ni cuadriculada. Rezuman palidez y agotamiento muchos poemas escritos a partir de una vida domesticada (o en exceso doméstica). Lo dogmático y lo inauténtico, creo, son dos de los grandes enemigos de la poesía.
Has vivido en varios lugares, en Alemania, en Canarias y ahora en Madrid. ¿Suponen en tu caso las experiencias biográficas y territoriales un tema dentro de tu itinerario poético?
Sí, aportan inevitablemente temas, figuras, paisajes, recorridos, experiencias y personajes que de otro modo no hubieran aparecido. Los poemas que escribí en Alemania, por ejemplo, tienen para mí un tono inequívoco que se debe no sólo a la presencia de imágenes físicas como la de la nieve, la de la oscuridad o la de los saúcos, sino a un estado de ánimo que yo denominaría de nuevo nacimiento, de temblor naciente. Y los poemas que escribí en Canarias al regreso de Alemania me parecen muy diferentes de los que escribí antes de marcharme. En cuanto a Madrid, todavía es pronto (llevo sólo dos años) para ver qué huellas dejará en mis poemas. De todas formas, se esté donde se esté los lugares de la poesía son el secreto, la memoria, el corazón, los sueños, el deseo.
Recientemente has coordinado unas lecturas de jóvenes poetas tinerfeños en el Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias en Santa Cruz de Tenerife. ¿Cuál fue tu experiencia? Por otro lado, ¿podemos hablar de una tradición poética canaria o tinerfeña?
La iniciativa surgió a partir de una conversación con el arquitecto Juan Antonio González Pérez, excelente lector de poesía y vocal de Cultura en el Colegio de Arquitectos de Canarias en Santa Cruz de Tenerife. Se trata, de hecho, hasta donde sé, del primer ciclo de lecturas de jóvenes poetas insulares que se organizaba en esa institución. Tuvimos un gran éxito de público y pudimos, al final de cada lectura, establecer un coloquio en el que participaban los arquitectos, los poetas y el público general. El centro de las reflexiones fue la posición de la poesía en el debate contemporáneo en torno al territorio y a la conservación del paisaje. Los poetas que participaron, Isidro Hernández, Bruno Mesa, María José Alemán, Mario Domínguez, Alejandro Rodríguez-Refojo e Iván Cabrera Cartaya, se cuentan entre los más destacados del panorama de la joven poesía insular.
En cuanto a la segunda pregunta, si puede hablarse de una tradición poética canaria (nunca, en todo caso, meramente tinerfeña) debe hacerse en todo caso teniendo en cuenta que estaría enmarcada en el ámbito de una tradición mayor que es la de nuestra lengua. A partir de aquí puede reflexionarse sobre características compartidas por algunos poetas insulares, temas, mitos o imágenes más o menos comunes o recurrentes, pero a mí me parece siempre mucho más acertado hablar de la singularidad incuestionable de cada voz poética. Si algo debe aportar la poesía en este mundo nuestro afectado de tantas heridas es su capacidad de resistencia frente a la uniformización y el pensamiento único. La poesía ha de ser un discurso incontaminado de palabrería hueca, pues su palabra se ofrece como el aliento de la individualidad que se resiste a desaparecer en un mundo de androides, clones y fanáticos fervores colectivos.
¿Podrías hablarnos un poco de la poesía contemporánea española? ¿Qué opinión te merece?Qué preguntas me haces. Si te refieres a la poesía más reciente, la verdad es que apenas la conozco. Leo algún libro de vez en cuando, asisto a alguna lectura y converso en ocasiones con poetas jóvenes que viven o recalan en Madrid. Hay voces que me interesan y otras que me parecen impostadas o mediocres. Hay tal vez una cierta desorientación combinada con un gran entusiasmo. Lo que la poesía es para mí no tiene por qué coincidir con lo que la poesía es para otros. Por eso soy cauto, tanto a la hora de emitir juicios sumarios entusiastas como el que afirma la estupenda salud de nuestra poesía actual como a la hora de denostar por prácticamente inexistente todo aquello que se está haciendo ahora mismo. Tampoco creo, como dicen algunos, que la poesía joven hecha en Canarias tenga un nivel superior a la que se hace en el resto del país. Esto no deja de ser una gran tontería prepotente de quienes se creen iluminados por una gracia o luz sobrenatural que los eleva a la categoría de poetas-dioses situados más allá del bien y del mal.
También has publicado ensayos. ¿Tienes pensado publicar algo de ficción?
Más que ficción yo hablaría, para algunos de los trabajos que he emprendido en los últimos años, de narrativa autoficcional. Parto en estos textos en prosa de alguna imagen o anécdota o vivencia enterrada en el pasado que, sin embargo, sigue emitiendo vibraciones sobre el presente. Voy tirando del hilo de los recuerdos y muchas veces los entrelazo con los instantes presentes que me rodean. El resultado es una especie de relatos que podrían leerse como fragmentos de unas memorias en marcha. Una selección de estos relatos se publicará, con algo de suerte, hacia finales de año. En este último año, además, he escrito también algo parecido a una novela corta con forma diarística en la que intento saber algo más de mí y que ha surgido como una actividad en cierto modo terapéutica a raíz de una severa crisis personal.
Por último, ¿te sientes parte de algún grupo poético o afín a ciertos autores?
No creo en grupos poéticos. Si acaso, prefiero hablar de afinidades, confluencias o simpatías. La escritura es para mí una actividad solitaria. Durante todos estos años he disfrutado del diálogo con otros escritores tanto de mi misma edad como de promociones anteriores o posteriores, y tanto con ideas y sensibilidades estéticas afines a las mías como con puntos de vista en este sentido contrarios o contrapuestos a los míos. Me siento cercano a autores cuyas obras me han conmovido o con los que siento una afinidad del alma que no suele ser demasiado común. Y cuando digo autores me refiero también a pintores, escultores, fotógrafos, músicos, bailarines o cineastas. Sin diálogo, creo, no hay espíritu, pero sin soledad no hay escritura.
(Entrevista publicada originariamente en www.deriva.org en 2009).
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