Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán (Mondadori, 2003).
Es cierto que para quien conozca la obra de Fresán esta novela contiene muchos elementos presentes en sus anteriores libros pero también es indudable que esta novela abre nuevas vías de experimentación y confirma a Fresán como uno de los autores actuales más interesantes.
La mezcla de géneros, los personajes que parecen salidos de cuentos de Borges o Cortázar mezclados a su vez con el mundo Disney o las películas de serie Z, los distintos niveles de ficción, las ciudades reales e inventadas, la reflexión sobre el tiempo y la fina frontera que separa la vida y la muerte; todo ello forma un complejo conglomerado que no es otra cosa que el mundo freak de Fresán.
Jardines de Kensington se trata de dos novelas en una. Por un lado, tenemos la biografía novelada de James Matthew Barrie, autor de la célebre Peter Pan y su relación con la familia Llewelyn, de cuyos hijos Barrie se basa para escribir su famosa obra, con el fondo oscuro del Londres victoriano. De manera que asistimos a la novelesca relación de Barrie con sus amigos, el amor y admiración que el propio Barrie siente por los niños Llewelyn, su fracaso matrimonial, el posterior éxito de Peter Pan, la tormentosa vida de la familia Llewelyn. Pero en un nivel superpuesto, tenemos la biografía escurridiza de Peter Hook, autor de la biografía de Barrie, pero también de la suya propia; un autor de literatura infantil (¿parodia de J. K. Rowling?) y deudor del propio Barrie y el síndrome de Peter Pan, hijo de un cantante de rock lisérgico de los 60, con la presencia del Londres de los Swinging Sixties unido al Londres actual, el del escritor de best-sellers Peter Hook.
Pero cualquier motivo o personaje real es una excusa para que Fresán elabore una obra literaria y se sumerja en su mundo tan personal. Entonces, ¿por qué utilizar la biografía de James Matthew Barrie? ¿Como puro elemento llamativo? ¿Como metáfora? Por supuesto. Pero por muchas cosas más. Tal vez el desdichado Hook (no olvidemos al malvado capitán Hook de Peter Pan) no puede sopesar su propia existencia y por ello nos cuenta la biografía de Barrie; tal vez porque esta es una manera de eludir el paso del tiempo y por ende, la muerte, de manera que Hook siempre podrá ser un niño, siendo la única e incontestable manera de burlarse del tiempo: “Yo me acuerdo de todo de todo, de todo lo que decidí recordar”, dice el narrador.
Fresán arma una novela que aúna biografía, intertextualidad, citas, recuerdos, sueños, realidad y ficción, rock, pop, lisergia, literatura y metaliteratura, personajes reales y personajes fresanianos y muchas otras sorpresas. Una novela dada a las digresiones, que no tiene por qué ser un elemento negativo en literatura si se sabe emplear, pues el propio autor reconoció en una ocasión que le gusta escribir novelas digresivas, como El Quijote, Moby Dick o 2666, obras que huyen de la linealidad para "contar" (con el verdadero valor que tiene esta palabra), para contar varias historias en una, para inventar, para crear un estilo. Y Fresán es sin duda de la estirpe del “arte de la digresión”.
Algunos elementos los encontramos ya en sus primeros libros, como Historia argentina o Esperanto, ese gusto por la mezcla, por los recuerdos y por experimentar con las estructuras narratológicas. Pero lo cierto es que este Jardines de Kensington es una obra más cerrada y junto a Mantra una de las más llamativas, tanto por su indudable originalidad como por la calidad de su relato.
La memoria y el pasado son tal vez el único motivo que lleva a Fresán a escribir estas digresivas novelas: “El personaje es el pasado. El personaje es la manera en que te relacionas con el pasado, en qué lo ignoras o en qué lo obedeces”, dice en un fragmento de la novela. Y esto lleva a las mentiras, los secretos, las relaciones tortuosas, las pasiones, los sueños, las frustraciones, la vida. Porque olvidamos lo que queremos, parece decirnos Fresán en esta jugosísima novela, aunque también en casi toda su obra. Porque Fresán es un autor pop, o posmoderno, o como quiera denominarse, pero paralelamente es un autor que revisa a los clásicos. Al final, la novela alcanza una dimensión puramente ficticia y real, plenamente literaria, pero también tenemos la impresión de haber realizado un viaje, como siempre en el autor argentino, extraño y fascinante.
(Reseña publicada originariamente en www.deriva.org en 2006).
Hola, Carlos,
ResponderEliminardeberíamos leer a Fresán en el Club de Lectura. He leído, de momento, una novela del autor, muy al estilo de esta. En realidad, Fresán no sólo escribe en sus novelas de literatura, sino del porqué de la creación literaria.
Abrazos, H.
Hola Hyeronymus:
ResponderEliminarSí, estaría muy bien leer a Fresán, esta novela seguramente resultaría de interés para muchos. A ver si es verdad y acaba sucediendo. Por cierto, ya hablaremos de 2666 y Los detectives salvajes...
Un abrazo,
C.
Barrie decía que lo único sobre lo que de verdad vale la pena escribir es la infancia. Fresán plasmó muy bien en esta novela ese retorno a la niñez, al recuerdo, que entra en juego, de forma más o menos implícita, en todo acto de escritura.
ResponderEliminarHola Alba, es bonito eso de que "lo que de verdad vale la pena escribir es la infancia". Seguramente escribir es querer volver a la infancia...
ResponderEliminarSaludos.