El miércoles 11 de febrero se presentó el libro Esplendor
y Oscuridad de Federico Oliver (Ed. Amargord). Este es el prólogo
que escribí para el libro.
“Hay
un anhelo que desdobla la palabra”.
La publicación de un primer libro siempre supone un
acontecimiento. Federico Oliver, apenas conocido -hasta ahora- en el
mundo poético actual, ha escrito un poemario sólido,
heterogéneamente homogéneo, donde conviven
distintos tratamientos y tonos que hablan de la identidad por
medio de un lenguaje denso y a la vez iluminador. Un libro que es
varios libros, pero que están unidos por una visión de búsqueda.
Un libro que ya desde su título apunta a una escisión, a una
antítesis, que sin embargo, no lo es. Y ese es uno de los mayores
intereses que, creo, tendrá para el lector. Comprobar cómo la
poesía permite ese espacio donde transitan el gozo y el sufrimiento,
el deslumbramiento y la ceguedad. Esa imbricación entre esplendor y
oscuridad es la vida misma, y también la poesía misma.
Hay en un afán
espiritual que pulula por los versos como un ejemplo de
anhelo, de comienzo. ”La única fe del poeta es su escepticismo”,
decían Juan Malpartida y Jordi Doce en el prólogo de La tierra
baldía, Cuatro cuartetos y otros poemas de
T. S. Eliot. Y ese podría ser uno de los ejes sobre los que
se vertebra los poemas de Esplendor y Oscuridad. Un
escepticismo que se revela ante la realidad, la apunta, la interroga,
y finalmente la aprehende. Recorrer un camino desde la
ignorancia nos conduce a la sabiduría, parece decirnos Oliver.
La mirada heterogénea que suscita Esplendor y
Oscuridad viene marcada desde su
lenguaje denso, su ritmo oscilante, su palabra iluminadora. En ese
conglomerado que es el poema, nos topamos con textos cortos y largos,
en verso y en prosa; algunos, incluso, con una tendencia ensayística,
muestra de la profundidad con que el poeta intenta horadar la
realidad. Y para llegar a cierto conocimiento, qué mejor que abordar
distintos caminos, distintos lenguajes.
Los poemas de
Oliver parecen tender puentes entre tradiciones distintas, momentos
históricos diferentes, personajes anónimos que podemos ser nosotros
mismos. Por ello, la arquitectura del poema es compleja y la
construcción del poemario incluye referencias que permiten no solo
establecer un diálogo con la Historia, sino también una manera de
reconocer la Realidad como una amalgama de experiencias que pueden
ser vividas desde distintos momentos, así como dilucidar el
presente. Múltiples voces, rostros, tonos, y sin embargo, una
cohesión interna que resulta latente a lo largo del libro. Desde
situaciones históricas como la 2ª Guerra Mundial, el Holocausto
nazi o lecturas del Talmud. Relecturas, revisiones que marcan una
época y un pasado, pero también un futuro. Heridas abiertas que nos
muestran un mapa. La sensibilidad, la empatía con la que Oliver
logra transmitir emociones y vivencias en “Under den Linden”, es
una muestra de ello.
Lo perdido (así se
llama, por cierto, uno de los poemas del libro) puede suponer una
relación intensa para el sujeto/lector; aquí, nos encontramos, casi
de bruces, con un sujeto que se recrea en esa pérdida para celebrar
su existencia, aunque sea pasada. Un sujeto que es varios a la vez, y
es en esa multiplicidad donde reside la riqueza espiritual y vital.
Poemas como “Ich Bin Ein Berliner”, así lo reflejan.
”Lo que no vemos”, es
otro de los títulos que plantean el germen de la poesía de Federico
Oliver. Si la realidad es un misterio, el poema no puede ser otra
cosa que la celebración de ese misterio. El poema como un conjunto
de pesquisas que indagan en la realidad, y el objetivo no es otro que
la propia exploración. “Lo que está dentro del río / no podemos
conocerlo”, leemos en uno de los poemas. Otro ejemplo de lo que no
vemos es la noche y su espacio para el sueño, para el insomnio, para
la revelación. Un espacio susceptible de ser transitado, así como
celebrado. ¿No es eso mismo la poesía?
Tal vez sea la
construcción de la identidad una de las mayores preocupaciones que
encontramos en Esplendor y Oscuridad. Una
realidad fragmentaria, poliédrica, dispersa, que se construye con
despojos. Y es en esa multiplicidad tan poco tangible donde el sujeto
puede mirarse, y a partir de ahí, tratar de reconstruirse. La
miradas del Otro permiten el encuentro, el contraste, el choque. Y a
pesar de esas escisiones, de las oscuridades del alma, hay cabida
para la fusión amorosa, sea o no consumada plenamente.
De
manera que el poema se convierte en un viaje. Ya lo sugería la bella
cita de Eliot que abre el libro: “Y lo que no sabes es lo único
que sabes”. La certidumbre de tener una incertidumbre es lo único
que uno tiene, y a partir de ese vacío, uno puede comenzar a armar
un trayecto, una creencia, una experiencia, por lo tanto, labrar una
identidad. Todo el libro podría resumirse (como si eso fuera
posible) en el afán de búsqueda, en la necesidad de saber. “Avanzas
sin rumbo fijo”, dice uno de los últimos poemas. “Tú no estás
en ti, apenas”, leemos más adelante. Poesía que indaga, que
percute, que descompone.
Este prólogo solo intenta presentar la poesía de
Federico Oliver, nunca entrar en ella.
La lectura del libro es por sí misma una experiencia reveladora,
como entrar en un bosque en medio de la noche. No hace falta nada
más, la luna iluminará el camino. El
resto depende del lector.
(Prólogo
de Esplendor y Oscuridad de Federico Oliver. Ediciones
Amargord).
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