Una de las cosas que más llama la atención de Mohamed Chukri es que fue analfabeto hasta los veinte años, algo verdaderamente asombroso, teniendo en cuenta que además de ser uno de los escritores más reconocidos de Marruecos, acabaría siendo traductor de español de autores de la talla de Federico García Lorca, Antonio Machado o Vicente Aleixandre. Seguramente el Mohamed Chukri que aprende a leer y escribir siendo ya un hombre lo hace con voracidad. Tal vez por eso, su escritura destila inocencia y a la vez desencanto: la inocencia mezclada con la curiosidad del que aprende una nueva vivencia y se sorprende por todo y el desencanto del adulto que ha vivido demasiadas experiencias en un entorno difícil a la vez que miserable. En esa fusión reside el interés de Chukri, algo que podemos evidenciar con La jaima, un libro de relatos que refleja el universo ya conocido del autor.
Como en El pan a secas (anteriormente conocida como El pan desnudo y rebautizada en la edición de 2012 de Cabaret Voltaire), aquí Chukri mantiene una escritura sin florituras, seca, pero con cabida a momentos poéticos, si bien lo que cuenta aquí no es tan extremo como en su primera novela. Con un ojo especial para sumergirse en los bajos fondos y la brutalidad del día a día, el autor marroquí ha sabido basarse en hechos autobiográficos para dar vida a otros personajes. Él mismo reconoció en una entrevista que puede rescatarse de RTVE, que escribe sobre las infancias de los de su clase, “que es una clase sin clase”.
En El pan a secas se evidencia esa escritura directa y a la vez primeriza, que dibuja un mundo en decadencia y visibiliza la historia de los olvidados. Su estilo queda ya marcado por esta gran novela, algo que puede corroborarse en otras publicaciones como Tiempo de erroresy Rostros, amores, maldiciones. En este sentido, podríamos afirmar que La jaima es una obra que dialoga con aquellas. Conviene resaltar que los relatos que aquí se publican comprenden el periodo de 1967 a 1998.
En La jaima pululan personajes solitarios, en ocasiones perdidos, que no encuentran un lugar donde asentarse, tanto de manera física como psicológica y corrobora su capacidad para dibujar rostros y retratos inmersos en un entorno urbano. Esos personajes que van a la deriva en un entorno hostil buscan distintas formas de calor: comprensión, compañía, sexo. Se ha hablado de la influencia de Albert Camus en la obra de Mohamed Chukri, y ciertamente, comparte con el autor francés la capacidad de documentar una realidad fatal donde no hay cabida para la esperanza.
Otro de los aspectos llamativos del libro es el juego de personajes y narradores, lo que requiere una lectura muy atenta. Algunos relatos son cortos y además están llenos de elipsis, de manera que el lector tendrá que esforzarse para dar continuidad a los fragmentos y rellenar algunos huecos narrativos. Encontramos desde retratos urbanos más o menos anecdóticos como “La telaraña”, hasta escenas terribles, como es el caso de “El extraño cadáver”, donde un joven arde en mitad de la calle y los transeúntes se preguntan qué le sucede sin hacer nada. Otros relatos, como “Los hombres son afortunados” se estiran hacia la nouvelle y reflejan la dificultad de la convivencia entre seres que se juntan por tedio o desamparo: “Yo tomaba tranquilizantes. Tal vez me aferraba a ella por mi debilidad y mi soledad. Buscaba una enfermera; no una esposa”. En este mismo texto, encontramos otra frase que revela la temática que aparece en distintos cuentos, la incomunicación y los prejuicios entre hombres y mujeres: “Ellas no se avergüenzan si no logran vencer su frigidez. Sin embargo, para nosotros los hombres la erección es nuestra virilidad. El secreto de ellas, en cambio, permanece en su gruta”.
Cabe destacar la publicación de un mismo relato con dos versiones distintas, “Las viudas I” y “Las viudas II”, ya que un primer momento, el autor perdió el manuscrito (más tarde lo encontraría) y tres años después lo volvió a escribir. Lo interesante aquí es contrastar las diferencias entre uno y otro, pues el primero está contado desde un narrador omnisciente y el segundo desde la primera persona, cuya capacidad de sugerir es mucho mayor que en el primero, algo que serviría para explicar la importancia del narrador en cualquier escuela de escritura creativa.
En La jaima encontramos el submundo marroquí, que tan bien describe el autor del Rif, y a su vez la capacidad de fotografiar momentos y rostros con una mirada sensible. Al igual que en sus novelas más notables, hay tres líneas temáticas que marcan los cuentos de La jaima: la pobreza, la soledad y el sexo, siendo estas dos últimas en las que más profundiza.
La obra de Mohamed Chukri es un ejemplo de literatura socialmente comprometida, llena de humanidad, pero también de belleza, que se funde con la sordidez de la calle para proponer un documento que no tiene desperdicio. En este sentido, merece la pena reconocer la labor de la editorial Cabaret Voltaire que ha venido reeditando y publicando la obra de Chukri (que estaba desperdigada y escasamente editada). Porque en estos tiempos que corren, su propuesta adquiere todavía mayor interés.
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