En la cantera cedió una de las cuerdas. Buscan el cuerpo. Los animales descargados buscan sus marcas.
Amordazan a las mulas para que sostengan más peso.
Un complicado sistema de cuerdas divide el paisaje.
Un puñado de hombres guía al entramado de bestias.
Trabajan con herramientas nuevas. Aparecieron el primer día, en grandes cestas, se acostumbraron a manejarlas. La montaña se deshace en bloques mas uniformados hasta que ocupan su forma.
Mulas que van y vienen por los carriles: cargadas, vacías, cargadas. Lentitud de intoxicados.
Si caen, inyectan voces en los muslos. O uno de los hombres retrocede.
El polvo se impregna de sudor. Humedad de las piedras.
La base es ovalada. Las apilan encima: viejas tomadas de los hombros que sonríen a la vez y quedan rígidas.
Tienden el cuerpo sobre la sábana. Muros de frío para el frío.
Desde abajo, desde uno de los flancos. Crece, se divisa desde el promontorio, desde la tierra removida, desde los ojos de los pájaros.
Si se tocara los dedos los hallaría cubiertos de anillos.
La sombra invita al sueño. A su alrededor el lecho se agranda y endurece.
Un animal despeñado. Otros dos se reparten el peso.
El túmulo ya corta el viento. Acarrean las últimas piedras, les quitan a las mulas sus mordazas. Acarician lomos temblorosos. Las conducen adentro, y cierran.
Anochece en la casa abandonada. Faros de paso. Cortinas de encaje proyectan sombras de animales.
En la maceta
pinto
un enrejado
de ramas negras
y un cuervo
Hundo semillas
con los mismos
dedos
(Esther Ramón, Reses. Ediciones Trea, 2008).
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