viernes, 4 de junio de 2021

Jorge Luis Borges: elogio de la sombra



Cambridge

Nueva Inglaterra y la mañana.

Doblo por Craigie.

Pienso (yo lo he pensado)

que el nombre Craigie es escocés

y que la palabra crag es de origen celta.

Pienso (ya lo he pensado)

que en este invierno están los antiguos inviernos

de quienes dejaron escrito

que el camino está prefijado

y que ya somos del Amor o del Fuego.

La nieve y la mañana y los muros rojos

pueden ser formas de la dicha,

pero yo vengo de otras ciudades

donde los colores son pálidos

y en las que una mujer, al caer la tarde,

regará las plantas del patio.

Alzo los ojos y los pierdo en el ubicuo azul.

Más allá están los árboles de Longfellow

y el dormido río incesante.

Nadie en las calles, pero no es un domingo.

No es un lunes,

el día que nos depara la ilusión de empezar.

No es un martes,

el día que preside el planeta rojo.

No es un miércoles,

el día de aquel dios de los laberintos

que en el Norte fue Odín.

No es jueves,

el día que ya se resigna al domingo.

No es un viernes,

el día regido por la divinidad que en las selvas

entreteje los cuerpos de los amantes.

No es un sábado.

No está en el tiempo sucesivo

sino en los reinos espectrales de la memoria.

Como en los sueños

detrás de las altas puertas no hay nada,

ni siquiera el vacío.

Como en los sueños,

detrás del rostro que nos mira no hay nadie.

Anverso sin reverso,

moneda de una sola cara, las cosas.

Esas miserias son los bienes

que el precipitado tiempo nos deja.

Somos nuestra memoria,

somos ese quimérico museo de formas inconstantes,

ese montón de espejos rotos.


(Jorge Luis Borges, Elogio de la sombra, 1969).


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