Que se coman el caos, de Kae Tempest. Arrebato Libros, 2022. Traducción de Violeta Gil.
Se publica por primera vez la traducción al español del libro Let Them Eat Chaos de Kae Tempest, poemario que salió en 2016 como un complemento del álbum de mismo título, que fue nominado a los Mercury Prize y es uno de los trabajos musicales más innovadores de los últimos años. Allí, Tempest recita y rapea sobre ritmos electrónicos producidos por Dan Carey, donde se mezclan rap, spoken word, trip hop, grime…
Recordemos que Tempest es poeta, cantante, novelista y autora teatral, y este poema largo es una muestra de su escritura híbrida y su cualidad performativa. Ya se habían traducido algunas de sus obras al español, como el poemario Mantente firme (La Bella Varsovia), la novela Cuando la vida te da un martillo (Sexto Piso) o el ensayo Conexión (Sexto Piso). Ahora le toca el turno a Que se coman el caos (Arrebato Libros), un poema que no deja indiferente y que retrata a una generación perdida. Como señala la poeta Anne Waldman, su poesía “le habla al corazón y a la conciencia”, y lo cierto, es que Tempest es capaz de embaucarnos y hacernos reflexionar sobre el sentido de la vida, así como cuestionar las desigualdades generadas por el neoliberalismo. La fuerza que emana de sus versos proféticos recuerda a autores como Allen Ginsberg o Linton Kwesi Johnson. En este sentido, Tempest se ha convertido en una poeta del espacio público de importancia internacional.
Mientras el álbum se divide en canciones para poder digerirlo más fácilmente, aquí se presenta el largo poema sin separaciones, como un todo, si bien hay pequeños espacios o blancos a modo de transiciones, que además sirven para tomar aire y parar si fuera necesario. Decía el escritor Michael McClure que un poema “es una respiración entera o un grupo de respiraciones”, y Tempest lo corrobora con creces, creando ondulaciones, fluyendo siempre hacia delante, dejando espacios para coger aire y volver a la carga, sin perder su concepción unitaria.
Un aspecto importante de Que se coman el caos es su carácter oral. Al abrir el libro, reza: “Este poema fue escrito para ser leído en voz alta”. Tal vez así, cobran más entereza los siete personajes, cuyas vidas cruzadas son narradas con crudeza, intercaladas por una voz narradora que ordena, no solo las escenas que casi podemos ver, sino también las voces de los personajes y sus flujos de conciencia. Son las 4:18 de la madrugada y casi todo el mundo duerme en esta calle de un suburbio de Londres, excepto esas siete personas que padecen insomnio en una noche de tormenta, seguramente debido a sus preocupaciones propias del mundo hostil en que viven. La soledad y la alienación están presentes en todos ellos: “¿Cómo es que me he convertido en la / persona de la que huyo?”.
Escrito con un lenguaje sencillo y distendido, a la vez que sugerente, la artista británica dibuja imágenes e ilustra lo que sienten muchas personas “anónimas”, que ven cómo sus sueños no se cumplirán nunca: “¿Es esto / todo / lo que me espera?”. En ese extrañamiento que es muchas veces la vida cotidiana, donde no pasan cosas extraordinarias, uno de los personajes se dice: “Los días pasan como fotos en una pantalla. / A veces siento que mi vida / es el sueño de otra persona”. Esa sensación late a lo largo de los versos y nos apela a confrontar nuestras propias experiencias y sentimientos. Las microhistorias, unidas por un espacio y momento concretos, sirven a la vez como excusa para proyectar una visión más compleja y amplia de Londres, siendo extrapolable al resto de Occidente. La voz narradora denuncia los abusos de poder, las desigualdades sociales de Inglaterra, las dificultades por encontrar un trabajo estable o la falta de cuidado a la Tierra, creando un discurso crítico a la vez que resignado sobre la condición humana: “Somos Sísifo empujando su roca”.
También hay espacio para las sugerencias, que sintetizan ideas paradójicas sobre los efectos de la gentrificación: “Las okupas en las que hacíamos fiestas / son pisos que no nos podíamos permitir / Los antros en los que bailábamos / han sido todos reformados”. Ciudades que se podrían intercambiar unas por otras: Madrid, Londres, Nueva York. Frases que parecen grafitis para plasmar la frustración, el fin de una época: “He recorrido estas calles toda mi vida / me conocen como nadie. / Pero las calles han cambiado. / Ya no las siento / vibrar”.
Algunas escenas pueden recordar a películas de Ken Loach por cuanto tienen de realismo social típicamente british, con ejemplos de nihilismo contemporáneo, donde los personajes van a la deriva, desolados, mientras se resarcen entre drogas y alcohol, asumiendo su vacío, sin saber cómo remediar su situación: “Ketamina para el desayuno, / chicas malas con las que emborracharme”.
Tempest es como un torbellino controlado; tiene la capacidad para hacer poesía desde la rabia y canalizarlo por medio de un discurso poético calmado pero lleno de reivindicación. Su personalidad le permite afirmar con total rotundidad frases que se graban en la memoria: “Europa está perdida / América perdida / Londres perdida / Y aun así clamamos victoria”. No hay espacio para el regocijo ni la autocomplacencia tan europea. Tempest tiene sus versos cargados de verdades incómodas, pero también hay resquicios para motivarnos: “Nos toca hacer de este / un mundo mejor”. Sus versos nos ponen contra la pared y nos hacen preguntarnos sobre el sentido de estar vivos. ¿Estamos preparados para despertar? Según Tempest, no podremos, “hasta que el amor sea incondicional”.
(Reseña publicada originariamente en Culturamas el 6/02/23).
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