martes, 5 de noviembre de 2013

Código desconocido, de Michael Haneke: la narración incómoda


El comienzo de Código desconocido podría ser un corto, pues lo que se cuenta es más que suficiente para comprender cómo funciona la sociedad. La acción transcurre en París: un chaval de unos 16 años arroja -con un gesto de desprecio- el envoltorio de un bollo a una mujer que mendiga sentada en una esquina, y un joven de unos 25 o 30 años se acerca corriendo al adolescente y le increpa ante lo que acaba de suceder. El chaval intenta resarcirse y se va, pero el joven (que es negro), insiste en que le pida perdón a la mujer. Como se monta un gran revuelo, aparece la policía y pide los papeles a cada individuo. Los agentes no parecen interesarse por lo que ha ocurrido, tan solo se limitan a exigir los papeles con ademán de superioridad, tanto a la mujer que mendiga (que después descubriremos que es rumana) como al joven negro (que después descubriremos que es de origen senegalés). Ambos son forzados a ir a la comisaría, mientras el chico blanco, francés, de “buena” familia, es olvidado por la policía.

Sin embargo, lo potente de este filme no es la historia, que también, sino más bien su narración. La violencia de Haneke se muestra de manera sutil por medio de distintos comportamientos humanos, pero también se construye desde el lenguaje, experimentando con un discurso irregular, fragmentado, abrupto. Y ese es el mayor interés de Código desconocido, por encima de la historia. Los planos secuencia son una constante en esta película; algunos de ellos son elegantes, además de efectivos, por lo que significan, por lo que sugieren. Estamos demasiado “entrenados” al plano-contraplano y no tanto a la profundidad de campo, a lo que el espacio puede denotar. Y algunos de esos planos secuencia resultan incómodos, nos hacen movernos en la butaca (o el sofá), plantearnos dudas. Llama la atención los cortes bruscos que en muchos casos parecen fallos, dejando al espectador molesto, desacostumbrado a este tipo de sintaxis (aparentemente) rota. De hecho, la violencia moral y ética de la que habla el filme de Haneke es no solo coherente con su discurso, sino que sirve el uno de espejo del otro.

La interrupción y la interferencia forman parte de la narración, así como la incorporación de otras formas  visuales (como la fotografía o el vídeo) y aquí su efecto es punzante, a la vez que sugerente. Evidentemente, Haneke quiere “remover” al espectador. Recordemos que ya Bertold Brecht proponía en sus obras un distanciamiento que propiciara la reflexión, la visión crítica. Ese extrañamiento conlleva una reacción frente a la catarsis. Y en Código desconocido el lenguaje constituye una realidad propia, una manera de narrar que es la clave de lo que se cuenta. En cine, hace ya varias décadas que Godard lo viene desarrollando.

Hay una escena hacia el final de la película en la que un chaval de origen magrebí acosa a Anne (encarnada por Juliette Binoche) en un vagón de metro y esta, sensiblemente molesta, se esfuerza por no mostrar su irritación, no tanto por miedo como por (in)comodidad. Esa (in)comodidad burguesa, blanca y europea, es la que denuncia el director austriaco en planos secuencia como este. Haneke sabe seguramente que el espectador medio no está acostumbrado a salirse del camino. Hay muchos ejemplos en Código desconocido acerca de la sintaxis alterada, del discurso fragmentado (que por momentos, puede resultar desigual sobre todo en la profundidad y desarrollo de la historia de Anne en detrimento de la historia de la mujer rumana) pero en todo caso la propuesta resulta fascinante, atrevida, mordaz. Decía Godard que: “Incluso cuando usted habla a una mujer de la que está enamorado, o ella le habla a usted, eso es ideología” (Jean-Luc Godard. Pensar entre imágenes, Intermedio, 2010). Y esta frase del pensador y cineasta franco-suizo es muy aplicable a esta escena, a muchas otras donde se dice mucho sin decir, se sugiere sin mostrarlo todo. En esto, Haneke es un poeta.



Comentario aparte es el “sentido” del filme. Creo que Código desconocido se comprende por escenas y desde las escenas, y eso ya es más que suficiente. El espectador medio está acostumbrado a intentar “comprender” y no tanto a “sentir” o “intuir”, cualidades que en mi opinión deberían explotarse más (véase, por ejemplo, el cine de Buñuel, Godard, Lynch, Jarmusch o el propio Haneke, además de gran parte del cine asiático). “Comprender” una película muchas veces es un código social, un comportamiento heredado por una tradición que en muchos casos es limitadora y sesgada. Pero el cine está lleno de códigos, y hay otros que pertenecen a lo desconocido, al subconsciente, a lo emocional, a lo sensible, partiendo desde lo eminentemente visual. Películas como esta no solo intentan ampliar horizontes dilapidando algunos códigos gastados, también proponen otros, abriendo vías nuevas. Código desconocido constituye por sí solo una “mirada” Haneke.

(Código desconocido [Code inconnu: Récit incomplet de divers voyages], dirigida por Michael Haneke, Francia, Alemania, Rumanía, 2000).

2 comentarios:

  1. Buen análisis de una estupenda película.La vi en su momento en su estreno.Creo que eramos 3 o 4 personas en la sala.Si algo caracteriza a Haneke es su forma de contar las cosas y como utiliza el medio narrativo para causar reacciones incómodas en el espectador. Salvo con algunos realizadores, el cine actual es más bien una montaña rusa, se limita a intentar hacer sentir adrenalina, y digo intentar por que de verdad ojalá fuera como una montaña rusa y en poco tiempo te dieran el chute que los trailers prometen, no en las 3 horazas que se han puesto de moda ahora. Hay toda una variedad de emociones que se pueden sentir en una sala de cine y la verdad es que la industria se centra en 2 y encima no lo hacen bien.Y yo me pregunto ¿el cine ha creado este tipo de espectador o es el espectador el que demanda este tipo de cine? La verdad es que no tengo la respuesta.

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    1. Querido Anacoreta Burgués: ajá, esta pregunta es como, "¿qué es antes, el huevo o la gallina?". En todo caso, yo creo que el cine y la Industria ha creado este tipo de espectador. Y es una pena...

      Por otra parte, menos mal que tenemos a Haneke (entre otr@s).

      Un abrazo,
      C.

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