Se nos machaca constantemente con que
el cine es un arte aunque se base sobre un modo mecánico de
reproducción. Yo afirmaría todo lo contrario. El poder de
reproducir exactamente, ingenuamente, es el mejor privilegio del
cine. Pero, entonces, se dirá: ¿cómo intervendrá el creador,
dónde se hallará su libertad? En todas partes, y será la más
amplia de todas. Lo que un cineasta digno del tal nombre debe
hacernos partícipe no es de su admiración por los museos, sino de
la fascinación que ejercen sobre él las propias cosas.
*
Ciertamente, como obra de arte, el
filme es una interpretación del mundo. Pero, entre todas las artes,
el cine, y esta es la paradoja, es aquel en el que la cosa filmada
tiene la mayor importancia, la “interpretación” desaparece
incluso. Este es el milagro de los primeros films de Lumière. Su
impresión es que nos hacen ver el mundo con ojos diferentes y
admirar, como dijo Pascal, cosas que no sabíamos admirar en el
original: personas que caminan por la calle, niños que juegan,
trenes que andan. Nada más banal.
(Eric Rohmer, edición de Carlos
F. Heredero y Antonio Santamarina, Cátedra, Madrid, 1991).
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