sábado, 19 de abril de 2014

Notas de Eric Rohmer I

Se nos machaca constantemente con que el cine es un arte aunque se base sobre un modo mecánico de reproducción. Yo afirmaría todo lo contrario. El poder de reproducir exactamente, ingenuamente, es el mejor privilegio del cine. Pero, entonces, se dirá: ¿cómo intervendrá el creador, dónde se hallará su libertad? En todas partes, y será la más amplia de todas. Lo que un cineasta digno del tal nombre debe hacernos partícipe no es de su admiración por los museos, sino de la fascinación que ejercen sobre él las propias cosas.

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Ciertamente, como obra de arte, el filme es una interpretación del mundo. Pero, entre todas las artes, el cine, y esta es la paradoja, es aquel en el que la cosa filmada tiene la mayor importancia, la “interpretación” desaparece incluso. Este es el milagro de los primeros films de Lumière. Su impresión es que nos hacen ver el mundo con ojos diferentes y admirar, como dijo Pascal, cosas que no sabíamos admirar en el original: personas que caminan por la calle, niños que juegan, trenes que andan. Nada más banal.



(Eric Rohmer, edición de Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina, Cátedra, Madrid, 1991).

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