Heridas abiertas (Sharp Objects), dirigida por Jean-Marc Vallée (Miniserie de tv, HBO, 2018. Basada en la novela homónima de Gillian Flynn).
Heridas abiertas trata de una periodista que viaja a su pueblo natal para cubrir una noticia sobre un asesinato a una menor. Sin embargo, esta línea argumentativa sencilla, es una excusa para hablar de otros temas, preocupaciones, fantasmas. Porque realmente, Heridas abiertas no es un thriller sobre asesinatos.
Camille, que así se llama la protagonista, es joven y guapa, pero no tiene relaciones sentimentales y bebe vodka como si fuera agua mineral. Poco a poco iremos descubriendo que ha vivido una adolescencia trágica, marcada por la muerte de su hermana. De hecho, Camille se autolesiona cuando se siente triste o culpable y tiene una compleja relación con su madre, a la que intenta evitar.
Wind Gap, el pueblo donde viaja Camille, es el típico pueblucho de la América profunda, donde las mujeres son madres y amas de casa y los hombres encarnan el papel de “macho”. Los adolescentes se aburren y buscan alternativas descontroladas a su ociosidad, a pesar de que podrían pasar por chavales responsables. En Wind Gap, por supuesto, hay un sheriff local que defiende su territorio, un joven detective (forastero) que llega para investigar el caso, una madre, una hermanastra y un puñado de amigas despechadas. Pero todo no es lo que parece y las complicaciones dramáticas van brotando como en un hormiguero. Wind Gap está emponzoñado, como Twin Peaks, pero también como cualquier otra ciudad occidental en decadencia. La atmósfera opresiva y ambigua destila retazos perturbadores en la mayoría de los personajes, que apenas son visibles en una simple ojeada. De hecho, Heridas abiertas se ceba con los personajes femeninos, porque habla de mujeres malvadas, frustradas y frágiles, y ninguna se salva, ni siquiera la protagonista.
Más allá de la historia principal, lo llamativo es la integración entre la narración y el conflicto más profundo que poco a poco va saliendo a la superficie. Por un lado, nos encontramos con una narración llena de pequeños flashbacks y fogonazos que muestran parte del pasado lleno de fantasmas de la protagonista, a modo de flujo de conciencia de la novela experimental de principios de siglo XX. Jean-Marc Vallée logra hacerlo de manera efectiva (aunque a veces innecesaria por recargada) gracias a un montaje sugerente, entrelazando pequeñas escenas con la trama, de manera que se mantiene el punto de vista subjetivo de Camille a lo largo de la historia y nos permite saber de dónde viene, de manera que el viaje a su Wind Gap natal acaba revelándonos por qué es tan frágil e inestable, pero también luchadora. De alguna manera, es una vuelta al inframundo que abandonó para poder vivir hacia delante, para dejar atrás un pueblo de paletos donde ella no encajaba.
Otro aspecto destacable es cómo la narración apunta a distintas direcciones, redundando en pistas falsas y callejones sin salida, lo que contribuye a generar un aura de ambigüedad y tensión, algo que parece confundir al espectador y nos sugiere que, como en Twin Peaks, cualquiera puede esconder el mal, el horror. Más allá de la historia y sus matices, de los giros o las posibles artilugios narrativos que podrían ser algo artificiales, Heridas abiertas es un ejercicio narrativo que destila frescor y nos sumerge en una historia terrible, además, con grandes interpretaciones (Amy Adams, Patricia Clarkson, Eliza Scanlen) y sorpresas finales insertadas en los títulos de crédito.
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