Las ventajas de la vida en el campo, de Pilar Fraile (Caballo de Troya, 2018).
La escritora Pilar Fraile publica su primera novela tras una trayectoria sólida en poesía y un libro de relatos, Los nuevos pobladores, con el que demostró gran frescura en el (normalmente) poco sorprendente panorama de los relatos cortos. Si su poesía resulta reveladora desde las imágenes que destila el lenguaje y sus relatos albergan espacios y situaciones inesperadas, ahora, en su novela, el mayor interés radica en la trama, con el propósito de contar una historia que permita dar vida a unos personajes envueltos en sus dudas y problemas cotidianos.
Lo primero que llama la atención de Las ventajas de la vida en el campo es su título, que no deja de sugerir una lectura irónica de la propia novela, pues, como veremos, los protagonistas no parecen obtener demasiadas ventajas de la vida en el campo, más bien lo contrario. Esa ironía marca ya un modo de leer que se sostiene a lo largo de la historia.
La novela parte con un comienzo in media res que rápidamente nos engancha. Con un narrador omnisciente y con un tono natural que ayuda a seguir el hilo de la trama, seguimos los pasos de la protagonista, adentrándonos en sus vaivenes e incertidumbres. Alicia y su marido Andrés viven con su hija pequeña, Miranda, en una casa en el campo, buscando mayores privilegios que en la estresante ciudad. Sin embargo, las cosas no son como ellos esperaban, y la presencia de un vecino raro y su perro, parece presagiar que algo no irá bien. Lo que iba a ser una vida tranquila y hogareña empieza a tornarse en accidentada y llena de perturbaciones. Pero no solo la presencia fantasmal del vecino afecta a la tranquilidad de Alicia, pues lo interesante en la novela es que iremos descubriendo que hay otros aspectos de su vida que ella no ve con la misma claridad pero que suponen también un problema al que tiene que enfrentarse. De manera que la situación con el vecino es un reflejo de su propia relación con su marido y con su trabajo. Y esa tensión y lo que de ella surge, es el verdadero germen de la novela. Las dudas y silencios de Alicia ayudan a conformar una construcción del personaje que ha de enfrentarse a sus propios fantasmas.
Como ya ocurriera con algunos de sus relatos, destaca la creación de espacios y atmósferas, que en ocasiones se asemejan a cierto estilo cinematográfico por la capacidad de sugestión visual. También es notable el extrañamiento que late en varias situaciones y en la tensión que no termina de explotar. En esta línea, sorprenden algunas escenas que tienen valor por sí mismas, como los encuentros de la protagonista con personajes singulares en sus visitas a las urbanizaciones para realizar fotos (Alicia es una fotógrafa en paro y ha encontrado un trabajo eventual para fotografiar urbanizaciones y zonas residenciales), que casi parecieran sacados de un sueño o un cuadro de Edward Hopper. La evocación que alcanzan esos espacios semivacíos y urbanizaciones abandonadas parecen suscitar una sensación de nostalgia a la vez que incertidumbre. Estas escenas, además, sirven para reforzar una idea de un mundo perdido (la España de la Burbuja Inmobiliaria), que, sin embargo, acarrea no pocas situaciones kafkianas, que nos invitan a reflexionar sobre la gestión de la llamada “crisis económica”. Fraile logra transmitir con sus cadáveres inmobiliarios lo que otros deberían explicar en un ensayo o un artículo sobre el declive de una época.
Por otro lado, la historia mantiene una tensión externa, pues genera interés sobre las relaciones entre los personajes principales, Alicia, Andrés, Larra y sus vecinos, si bien se centra en las zozobras existenciales de Alicia y en el conflicto que ella tiene consigo misma, que poco a poco acaba asomándose y apoderándose de la trama. Al final, hay una “mirada” que trasciende la propia historia y supone el mayor interés de la novela.
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