Expresiva, incendiaria, lenta, brillante, osada, densa, aburrida, intensa, poética, violenta, incómoda,…
Too Old To Die Young, creada por el inclasificable Nicolas Winding Refn (director de películas como Drive o The Neon Demon) y Ed Brubaker (guionista de cómics como Daredevil o The Fade Out), es un experimento fílmico a la altura de la tercera temporada de Twin Peaks. La serie, que también es una pesadilla de 13 horas, supone un compendio de escenas e historias hiladas por una trama consistente sobre la violencia en América. Sin embargo, gracias a su narrativa lenta y meticulosa, compuesta por largos planos secuencia, a la fuerza de sus escenas y a una fotografía donde destacan los neones y colores saturados, Too Old To Die Young se convierte (para quien esto escribe) en un monumento fílmico.
De primeras, puede parecer una serie aburrida, una paraonoia soporífera (y para muchos lo será), pero también se trata de una cuidadísima producción, llena de pequeños detalles. En la actualidad, el cine ha ido tendiendo hacia la velocidad narrativa, la hiperproducción de planos y contraplanos y la verborrea de sus personajes, que tan solo sirve para disimular su falta de poesía y sugerencia. El ojo actual no está acostumbrado a los planos secuencia, a los paneos y a una puesta en escena más propia de un videoclip que de una película o serie. En Too Old To Die Young es como si se mezclaran un estilo más contemplativo de Andrei Tarkovsky o Theo Angelopoulos con una trama y construcción de personajes más violenta y paranoica, similar al cine de Quentin Tarantino o incluso David Lynch.
Son varias sus líneas argumentativas: el cártel de México, la anodina y corrupta vida de un policía sin escrúpulos de Los Ángeles, las vengadoras andanzas de un ex miembro del FBI enfermo terminal que aniquila a violadores y pedófilos. En ese mosaico de personajes turbios, encontramos algunos memorables: Viggo, el ex agente del FBI, magistralmente interpretado por John Hawkes, que asesina a los criminales pedófilos; Diana, interpretada por una gran Jena Malone, una terapeuta sobre traumas infantiles y familiares que facilita la información de los criminales para ser exterminados por Viggo; Janey, la novia de Martin, el policía protagonista, una adolescente hija de un millonario que esconde, tras su rostro y cuerpo inocentes, una ambición y madurez más propias de un adulto; o Jesús, un joven originario de México que busca vengar la muerte de su madre mientras poco a poco se erige en jefe del cártel. Sin embargo, hay un personaje que aglutina todas esas historias sobre una América extremamente violenta y perdida en sí misma: Martin Jones, un impenetrable y taciturno policía (con un más que solvente Miles Teller), una especie de Meursault del siglo XXI (el protagonista de El Extranjero, de Albert Camus), aunque también recuerda al protagonista de El silencio de un hombre, de Jean-Pierre Melville o de Ghost Dog, de Jim Jarmusch, en su actitud firme a la vez que enigmática.
Entre las distintas escenas y microhistorias, asoman otros personajes secundarios no menos atractivos, como un jefe de policía que realiza piezas teatrales para sus compañeros rodeado de esvásticas y saludos nazis; Maritza, una sacerdotisa de la muerte mexicana que, de manera similar a Uma Thurman en Kill Bill, se dedica a vengarse de los violadores o proxenetas que raptan a chicas en México para prostituirlas en EEUU; un padre (excelente interpretación de Stephen Baldwin) millonario y extravagante que adora a su mujer muerta al mismo tiempo que a su hija adolescente (por cierto, novia del protagonista, el policía corrupto); o los hermanos Crockett, directores de pornografía snuff que “cazan” actores inocentes para sus películas.
Pocas series tienen una propuesta tan arriesgada y sobre todo, tan especial. Hay episodios que tienen suficiente fuerza por sí solos para mostrar una historia única y completa, a pesar de ser ramificaciones del tronco principal que, no olvidemos, es la historia de un policía corrupto hasta la médula, que se ve forzado a aceptar asesinatos para un mafioso, a la vez que no es capaz de ver cómo la realidad, que es más compleja y violenta de lo que creía, le supera.
Me gustaría destacar el comienzo del primer episodio, así como el del quinto: son ejemplos de la narrativa aparentemente onírica y equizoide de Winding Refn. Las escenas incómodas hasta hacernos remover del asiento, donde la obscenidad y la belleza visual se dan la mano, mientras nos planteamos qué sociedad tan perversa es esta en la que habitamos.
Winding Refn llevaba tiempo tematizando la violencia extrema (Solo Dios perdona) o la violencia hacia las mujeres en clave de terror (The Neon Demon). Too Old To Die Young recoge el testigo de esas (y otras) películas, pero aumenta la propuesta por su volumen y por sus diferentes capas.
Al final, hay mucho más de lo que parece, y lo que parece ya tiene mucho que rascar. El único problema de Too Old To Die Young es que, por su narrativa y montaje lentísimo, planos-secuencia estáticos y una manera de mostrar a veces retorcida (como la relación incestuosa de Jesús con su madre), no es apta para todos los públicos. Es más, diría que poca gente aguantará la violencia explícita o su calma narrativa, especialmente del episodio 2. Pero si se cierra un poco el estómago y se acepta entrar en su atmósfera bizarra, se obtendrá una experiencia inmersiva pocas veces vivida.
(Too Old To Die Young, creada por Ed Brubaker y Nicolas Winding Refn. EEUU, 2019. Ver en Amazon Prime).
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