Lo infraordinario, de Georges Perec (Impedimenta, 2008, Traducción de Mercedes Cebrián).
Georges Perec fue descrito por Italo Calvino como “una de las personalidades literarias más personales del mundo, al punto de que no se parece a nadie en absoluto”. Entre las muchas cualidades que atesora Perec, destaca el sutil manejo de la lengua al servicio de la sugerencia y la elasticidad, así como la facilidad para tematizar elementos aparentemente poco (o nada) literarios, gracias a su particular visión de la realidad y al tratamiento que adquiere el discurso narrativo, ahondando en la relación entre el propio lenguaje y la realidad más física de las cosas que nos rodean. (En este sentido habría que hablar también de la buena traducción de Mercedes Cebrián que ha sabido trasladar al español la pulsión de la lengua francesa perecquiana).
Teniendo en cuenta que Lo infraordinario no es una novela ni un libro de relatos, podría considerarse como una obra menor, pero lo cierto es que este libro se parece más a un dietario donde el autor poetiza a partir de insignificantes detalles cotidianos que podrían resultar anodinos y hasta banales (por un lado lo son), pero que encierran un anhelo de empatía y trascendencia, ya que todos vivimos la vida cotidiana muchas veces obviando las pequeñeces que posteriormente desaparecen y acaban conformando una muestra de nosotros mismos (porque todos somos “fragmentos” y “vacíos”). Y de eso trata este libro, de intentar recuperar esos pequeños sucesos, de reconstruir la realidad por medio del lenguaje.
La temática es variada y casi inexistente, siendo un texto cercano a esa “especie” de libros inclasificables a la que pertenecen Especies de espacios y Me acuerdo, dos libros distintos pero que también muestran una de las mayores preocupaciones de Perec, la distancia entre el lenguaje y la realidad y el intento de catalogar lo imposible, lo perdido, lo inaccesible para el hombre. Así, dentro de Lo infraordinario, encontraremos escritos dedicados a la imposibilidad de volver al pasado, donde el único afán de acercarse a esa “desaparición” es enfrentarse a la lejanía y jugar con ella a partir de las huellas. En ocasiones, la pluma mágica de Perec brilla con su escritura fragmentaria y lúdica, como en el texto titulado “Rue Vilin”, un pedazo de vida del propio Perec que muestra su intento frustrado de recuperar su pasado, pues como ya decía en su novela W o el recuerdo de la infancia: “el pasado son recuerdos arrancados al vacío”. Perec visita la rue Vilin para cerciorarse de que la calle donde vivió sus primeros años sigue ahí, a pesar de los cambios y la sordidez que brota en cada esquina. Sin embargo, asistimos a una visión de los cambios que sufre esa calle a lo largo de varios años, pero donde se constata que esa realidad (una calle desolada y llena de edificios abandonados y comercios cerrados) es la imagen del pasado y de la memoria del propio Perec. Otros textos pueden resultar más tediosos o reiterativos, si bien, conservan su halo juguetón como es el caso de “Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos” y “Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro”; el primero, una recopilación de postales veraniegas escritas en tres líneas, sin artificios literarios ni mayor interés que el de comunicar lo bien que uno está de vacaciones, porque la intensidad de la vida se pierde casi en el mismo instante en que se vive, de ahí el afán de escribir “insulsas” notas de postales, haciendo uso del sentido que tienen esas postales, que algún día podrán servir como huellas de una realidad perdida. En el segundo, el autor francés cataloga todos los alimentos y bebidas engullidas por él durante el año citado, en un intento imposible de detener el tiempo y fotografiar cada instante. Perec juega constantemente con la poeticidad borgeana de la recreación del pasado y de los recuerdos, y la creación de la identidad a partir del espacio y la memoria. Para alguien que ha perdido a sus padres en la guerra cuando era tan solo un niño, el pasado es un montón de edificios vacíos apilados en una calle, como la rue Vilin.
La importancia que tiene para Perec nombrar las cosas y reconstruir el pasado, es evidente en el capítulo titulado “Alrededor de Beaubourg”, donde el narrador aborda el espacio contiguo al museo de arte Georges Pompidou de París, reconstruyendo parte de la historia de las calles y barrios colindantes, a la vez que describe a modo de postales costumbristas a la gente y los comercios que cercan el gran museo de arte moderno parisino. Similares tentativas encontraremos en escritos dedicados a sus paseos por Londres y el atractivo interés que tiene para el autor esta ciudad, o la original descripción de la palabra “oficina” (bureau en francés) y sus múltiples acepciones y usos, que muestra una visión irónica y ácida sobre el capitalismo. Al final, Lo infraordinario pertenece a esa “especie” perecquiana que diluye los géneros, formando fragmentos de una autobiografía. Perec no tiene historia, o al menos la historia de su infancia fue truncada por el nazismo y esa brecha biográfica supone el “vacío” sobre el que volverá una y otra vez a lo largo de su obra.
Perec es uno de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX porque ha sabido conjugar en su poética una propuesta experimental, deudora de las vanguardias europeas de principios del siglo XX con la mejor tradición de la novela europea, cuestionando los valores de la sociedad, aunque tal vez su mayor logro sea ahondar en la situación del individuo enfrentándolo al vacío del pasado y al sinsentido de la vida cotidiana. Sin ser una de sus obras cumbres, Lo infraordinario puede ser una buena iniciación al mundo perecquiano y dejarse llevar por su sorprendente literatura.
(Reseña aparecida originariamente en www.deriva.org).
No hay comentarios:
Publicar un comentario