Es
gratificante leer libros como éste, donde placer y una mirada
incisiva de la realidad van unidas. Dijo Rafael Reig en la
presentación del libro – que tuvo lugar en el Instituto Francés
de Madrid, en presencia del propio autor-, que, ante todo, se trata
de una gran novela porque se lee con sumo placer y que además es muy
divertida. Yo no voy a quitarle razón al escritor asturiano, pues El
aturdimiento sigue esa línea humorística que ya inició
Egloff con su primer libro Edmond Ganglion e hijo –tal vez
su novela más lograda junto con El aturdimiento-, pero
además, el autor francés, al igual que el escritor español, sabe
dotar a sus novelas de un humor negro, no absento de crítica y cierta
lucidez, junto con una dosis siempre de desencanto y poesía que
supera la categoría de “puro entretenimiento”.
La
acción de desarrolla en una pequeña ciudad francesa, sórdida y
post-industrial. El personaje principal es un joven que trabaja en un
matadero y vive con su abuela. Sin embargo él sueña con dejarlo
todo y vivir otra vida. Narrado en primera persona, nos cuenta a modo
de crónicas sus andanzas cotidianas, acompañadas de humor y
ternura. Pero muchas de las situaciones diarias son hilarantes (la
pesca en el estanque lleno de basura, la casa sin techo que le
permite ver las estrellas) y hasta sarcásticas (la escena del
intento de matanza al buey).
Lo
más destacable es la doble mirada que trenza el narrador, la de la
decadencia de una sociedad llena de mutaciones, deshumanización y
contaminación, junto a la presencia mordaz del personaje principal,
aturdido ante una realidad que le supera, pero que, a pesar de todo,
no le impide soñar de vez en cuando, aunque se engañe a sí mismo.
La
crítica francesa ha afirmado que Egloff tiene influencias de Camus
–lo cual es cierto- si bien también hay otras analogías visibles
que ayudan a configurar un tipo de literatura donde el humor y la
desesperación ponen en evidencia una realidad grotesca. Así, el
tono que mantiene el personaje y el uso de la voz narrativa, me
recuerdan inevitablemente (aunque más suave y tierno) a Witold Gombrowicz y algunos pasajes, como el magnífico recorrido del
protagonista camino del trabajo envuelto en una densa niebla,
destilan una realidad ligada al absurdo de un Kafka o un Ionesco, que
ayuda, si no a comprender la difícil realidad cotidiana, al menos a
poner en evidencia la dificultad existencial de la vida cotidiana, la
incomunicación de los personajes, las situaciones insólitas, lo que
a veces llega a ser desesperante. Sin embargo, esto no es algo nuevo
en Egloff, ya que contiene numerosos pasajes en otras novelas
deudoras del absurdo –como en la magnífica segunda parte de su
primera novela Edmond Ganglion e hijo-, que motivan una
lectura con el divertimento más digno de este tipo de obras, además
de escarbar un poco más en el vacío de la vida humana, poniendo en
evidencia las carencias de una sociedad alienante así como de las
personas que la habitan.
(Reseña
publicada originariamente en www.deriva.org en 2006 y retocada ligeramente).
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