Nada más comenzar La isla mínima
(protagonizada por Javier
Gutiérrez y Raúl Arévalo), uno no puede dejar de pensar en
True Detective, la serie estadounidense protagonizada por
Woody Harrelson y Mathew McConaughey. La fotografía aérea donde se
divisan las marismas del Guadalquivir que evocan a los pantanos de
Louisiana; la densidad y la sordidez que emanan de las aguas
cenagosas hacen pensar en la serie estadounidense. Asimismo,
encontramos algunos paralelismos en la propia trama, con una pareja
de policías que investigan un crimen (con el pasado oscuro de uno de
ellos). También podríamos destacar la ambientación y las
atmósferas inquietantes que dejan entrever una narración sugerente
y con matices que trascienden la propia trama: la corrupción
política de la transición y moral del ser humano: la degradación vital.
Saber que la vida era otra cosa. Engañarse a uno mismo, o en todo
caso, resignarse y mirar para otro lado. Mirar a los demás y
callarse. Pero no dejan de ser algunas similitudes. A veces el azar
tiene estas cosas, porque evidentemente, son dos obras paralelas en
el tiempo y en la estética, y parece poco probable que una haya
influenciado a la otra. Sin embargo, también tienen sus diferencias, que son
muchas.
Por otra parte, pienso en algunos
planos sobre paisajes que tienden a la abstracción, como ese final
donde la lluvia cae sobre los protagonistas como si se tratara del
descenso al Hades. Como Orfeo buscando a Eurídice. Y entonces no
puedo evitar no rememorar esa gran película, ese fascinante thriller
que es Memories of Murder, del surcoreano
Bong Joon-ho, donde la lluvia adquiere algo más que una presencia
constante, pues acaba convirtiéndose en protagonista, como la luz en
los cuadros de Velázquez o Rembrandt. Y de nuevo, una pareja de
policías como protagonistas. Y de nuevo, la corrupción, la
degradación. ¿Un bucle? ¿Filosofía? Solo buen cine.
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