Kaddish, de Allen Ginsberg (Anagrama, 2014. Traducción de Rodrigo Olavarría).
Allen Ginsberg es una
fuerza de la naturaleza. Un huracán que arrasa con todo. Pero también es delicado
como un crepúsculo naranja. Su fuerza es directamente proporcional a su
sutileza; su belleza puede ser entrañable o desgarradora y vulgar. Ese es su
secreto. Conozco pocos poetas como Ginsberg, por no decir, que es un poeta
único.
Recuerdo cuando leí por primera vez Aullido. Tenía menos de 20 años y
era joven y quería comprender la realidad y sobre todo, quería absorber la
poesía. Y Aullido me mostró
una mirada que abarca muchos matices, contradicciones, celebraciones. El libro
me reveló una parte dolorosa y emocionante de la realidad, así como una parte
fascinante y compleja de la poesía.
Entre otras cosas, porque no lo entendí desde el punto de vista tradicional,
pero por eso mismo me gustó. Porque me deslumbró desde su ritmo trepidante,
desde su sintaxis violenta. Además, apreciaba una ética políticamente
incorrecta como pocas veces había leído, así como una belleza trágica y una
visión crítica con el mundo occidental. Después de varias lecturas, el libro ha
seguido creciendo dentro de mí, ramificándose, filtrando sentidos y descubrimientos
nuevos. Ginsberg es un poeta que ilumina y no todo el mundo está preparado para
enfrentarse a esa experiencia. Para querer ver la luz, hay que adentrarse en
las sombras.
Creo que solo por este libro, Allen Ginsberg es uno de los
poetas más necesarios del siglo XX. Pero uno lee Sándwiches de realidad o La Caída de América, y comprende
que el poeta tiene un largo recorrido, más allá de su personaje, de la
construcción del mito que Occidente ha creado de él (y él ha contribuido a
crear). Sus poemas siguen siendo racionalmente irracionales, emocionales,
valientes, prosaicos. Da igual el personaje, porque el poeta es todavía mayor
que el personaje.
Y ahora llega uno de los poemas más celebrados en su vida,
por fin traducido al español. Me pregunto por qué hemos tenido que esperar
tantísimos años para disponer de una edición que nos permita
leer un poema comparable a Aullido, tanto en calidad como en
cantidad (¿tal vez porque España tiene esas lagunas, esos agujeros negros que
tardan décadas en resolverse?). Obviando este agujero negro (si es que un
agujero negro puede obviarse), encontramos que en Kaddish hay
de nuevo más dolor y más belleza, más
ritmo trepidante que corta el aliento. No olvidemos que el poeta de Nueva
Jersey lo escribió a finales de los 50, pocos años después de Aullido,
una vez que ya había deslumbrado al mundo con su primera publicación y lo que
el lector tiene ahora en sus manos sigue teniendo la vigencia y la pegada de
hace 50 años. De manera que el paso del tiempo parece que le ha sentado bien al
poemario. ¿Hasta qué punto Occidente ha perpetuado sus comportamientos
abominables? ¿Hasta qué punto Ginsberg se sigue erigiendo como un poeta
iluminador?
Obviando todo esto (si es que se puede obviar una fuerza de
la naturaleza, si es que se puede obviar un agujero negro de más de cincuenta
años), Kaddish es otro
huracán, otro poema elegíaco lleno de dolor, belleza e intento de comprensión.
Porque Ginsberg, al igual que su admirado Lorca, es un poeta deshumanizado y
lleno de humanismo. Porque su mirada es la ampliación de una realidad que casi
nadie quiere ver. Parece que Ginsberg se rizoma con poetas de la estirpe de
Rimbaud, Lorca, Vallejo. Y eso es algo que da miedo y a la vez, deslumbra.
Pero vayamos al poemario. Naomi, madre de Allen Ginsberg,
fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide, y tratada varias veces con
electroshock y lobotomía, estando internada en numerosas ocasiones, sufriendo
una degradación física y psicológica cada vez mayor, hasta morir en 1956, a la
edad de 60 años. En el momento de su entierro, tan solo hubo siete personas que
asistieron al acto, número insuficiente para poder realizar un kadish, un tipo de plegaria judía que
rinde tributo a los muertos. Kaddish,
es el poema fúnebre de origen judío que el joven Allen dedicó a su malograda
madre.
Decía Michel Foucault
que a partir del siglo XVII el loco es "juzgado y condenado por la
sociedad de la que forma parte". Y también hablaba de los hospitales
afirmando que son una "instancia de orden, de orden monárquico y burgués
que surge en Francia en esa misma época". No cabe duda, después de leer el
epílogo, de que Naomi sufrió auténticas aberraciones y sería pertinente detenernos un momento para reflexionar sobre el sometimiento que seguramente sufrió Naomi en manos de las instituciones. En todo caso, el dolor de Allen por ver
cómo su madre empeoraba y cómo era tratada en esos centros, le produjo la rabia
suficiente para rendirle un homenaje y acabó revelando una parte muy íntima de
su historia familiar. De la tragedia que vivió su madre, salió un poema bello y
duro, repleto de amor y ternura.
Kaddish fue publicado en España en el año 2014 (su primera
edición es de 1961 en la editorial City Light Books del gran Lawrence
Ferlinguetti) y parece llegar en un momento necesario, desesperado, lleno de
incertidumbre política y ética. El libro, traducido
correctamente por Rodrigo Olavarría, está muy bien editado. Cuenta con un epílogo
firmado por el crítico Bill Morgan y una nota del propio Allen, repasando la
situación que le llevó a escribir Kaddish y la relación que tuvo con su
madre, además de un resumen biográfico de esta. De manera que uno acaba
entendiendo la importancia que Naomi tuvo no solo en su vida, sino también en
su poesía. El epílogo de Morgan es un esclarecedor ensayo sobre el proceso de
escritura del poema y la larga vida posterior que este ha tenido, con intentos
de adaptación cinematográfica y numerosas representaciones sobre los
escenarios.
"Kaddish", el poema que da título al libro, es un
texto prosaico, una letanía escrita con versículos largos y una construcción
sintáctica rica en matices, de ritmo oscilante, con repeticiones, imágenes surrealistas, flashbacks, sin
restricciones morales o estéticas. El poema, dividido en cinco fragmentos, en su conjunto resulta impresionante. Además del celebrado poema, encontramos
otros textos notables, surgidos a partir de experiencias con drogas o con
viajes a Europa y Sudamérica, como "En la tumba de Apollinaire",
"Gas de la risa", "Mescalina" o "Ácido
lisérgico", donde la prosa poética de Ginsberg pulula a sus anchas,
repleta de escenas oníricas y surrealistas que buscan un sentido místico, una
reflexión profunda a la vez que alucinada. Muchas de sus frases dibujan una
sentencia incuestionable, celebradora de la existencia, ampliadora de la
conciencia.
Leyendo sus versos intensos, las plegarias dedicadas a su
madre, uno podría pensar que su rezo público es una necesidad de recordar, de
aceptar y de celebrar. Hay gente que no tiene memoria; hay instituciones que no
tienen memoria; hay países que no tienen memoria. Sin embargo, la memoria es
una herida que no puede desaparecer. Naomi, la madre de Allen, podría ser la
madre de cuaquiera, o por qué no, el país de cualquiera, o el mismo Occidente.
Una enfermedad que tiene difícil cura. Decía Rimbaud: “Para qué un mundo
moderno, si se inventan semejantes venenos”.
En la poesía de Allen Ginsberg hay comprensión, denuncia, visión.
Eso es suficiente para muchos, pues amplía el área de conciencia. Leyendo su
poesía, pienso en un escorpión mirándose en un espejo. El mundo no sabe (casi) nada sobre Ginsberg, y
si lo sabe, es que no lo tiene en cuenta y se está suicidando.
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