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El cuento de la criada (The Handmaid's Tale)
Las narraciones distópicas no dejan de ser un recurso para hablar del presente, para analizar de una manera lateral el sistema en el que vivimos y prevenirnos de los peligros de un posible futuro inminente: desde Nosotros, de Yevgueni Zamiatin hasta La carretera, de Cormac McCarthy, pasando por Un mundo feliz, de Aldous Huxley; 1984, de George Orwell; Fahrenheit 451, de Ray Bradbury o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick. Normalmente, las distopías tienen en común la exposición de unos hechos que indagan en un futuro indeseable para el ser humano y muestran su decadencia, a la vez que exponen un modelo social regido por una ideología totalitaria como presagio de un futuro cercano, oscuro, infernal y por lo tanto, posible.
El cuento de la criada, serie estrenada recientemente en HBO España, basada en la novela homónima de Margaret Atwood publicada en 1985, no va a ser menos, y no disimula su pretensión de mostrar una mirada irónica y aterradora del género humano, que sigue perpetuando el horror, así como el sometimiento de los individuos y en especial de las mujeres. A pesar de algunos cambios con respecto a la novela de Atwood, la serie consigue mantener el ambiente enrarecido y el tono confesional del narrador en primera persona de la novela, que no es otra que Defred, una joven sometida por la familia del comandante Fred Waterford. Las doncellas o criadas toman el nombre del patriarca de la casa y son formadas para servirles, aunque su función es darles un hijo que sus esposas, estériles, son incapaces de hacer. Viven en La República de Gilead (antiguo EEUU), un país totalitario y puritano, basado en normas y leyes estrictas que impone la dictadura. Con reminiscencias bíblicas, Gilead es una sociedad fuertemente jerarquizada, organizada por castas, donde las mujeres son violadas y tratadas como pura mercancía.
Defred tiene un pasado, y parte del interés de la serie es ver, por medio de flashbacks, que tenía una vida normal e incluso era medianamente feliz; sin embargo, de la noche a la mañana, su vida cobró un giro que nunca habría imaginado. Ante ese cambio tan drástico, su único objetivo es sobrevivir al infierno que vive. Y a pesar de ese infierno, tiene razones para ello.
Uno de los aciertos de la serie es la ambivalencia entre extrañamiento y cercanía junto a la elegante fotografía, que en los interiores de la casa donde trabaja Defred recuerda inevitablemente a la pintura holandesa barroca, donde la luz se cuela en pequeñas dosis en las habitaciones en penumbra. También es un acierto la innegable brutalidad de muchas escenas, narradas con serenidad, reflejo de los límites a los que puede llegar el ser humano en circunstancias extremas, pero también, como ejemplo de que el horror puede instalarse con normalidad y ser generalizado.
El cuento de la criada es una de las series del año por varias razones. Por un lado, porque mantiene el tono de tensión y profundidad de los personajes de las mejores novelas distópicas. Además, la actuación de Elisabeth Moss, conocida sobre todo por su papel de Peggy en Mad Men resulta natural. Moss es capaz de reflejar lo que siente solo con gestos y miradas y nosotros sabemos en todo momento lo que piensa. Esto es importante, si entendemos que en esa sociedad totalitaria es necesario guardar silencio y el miedo a ser condenado está presente en cada paseo, en cada discurso que realice Defred, la criada y protagonista.
¿Qué sentido tienen novelas como Fahrenheit 451 donde está prohibido leer? ¿No puede parecer exagerado? En El cuento de la criada, ¿no resulta excesivo pensar en una sociedad que rapta a mujeres fértiles para someterlas y violarlas para que las clases dominantes puedan tener descendencia? En ambos casos, podemos encontrar ejemplos reales, en países concretos y en momentos históricos concretos. Además, en los países denominados desarrollados, estas historias sirven a modo de espejo para plantearnos hasta qué punto vivimos en una sociedad que avanza hacia delante con contradicciones y paradojas dentro de un discurso democrático y liberal donde se siguen violando los derechos humanos. Por eso las distopías. Porque suponen un espejo roto al que nadie quiere mirar, porque en el fondo, esa imagen que muchos tienen de la civilización es menos oscura de lo que refleja esta serie. Es el horror, ese horror conradiano que pudimos apreciar en El corazón de las tinieblas (y en su versión cinematográfica, Apocalypse Now) que corrobora que el hombre es un lobo para el hombre, que la sociedad está podrida desde sus más íntimas entrañas.
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