Imagen extraida de imdb.com |
The Taste of Tea, de Katsuhito Ishii (Japón, 2004).
Dentro del cine globalizado que
llega a las grandes pantallas, no hay espacio para películas como The Taste of Tea,
debido, sobre todo, al empeño por aislar cada vez más el cine de autor,
marginándolo a ser expuesto en pequeñas salas de arte y ensayo, o festivales
cinematográficos (y de manera más reciente, en plataformas de streaming como Filmin o Mubi). Por otra parte, el cine globalizado no propone nuevos modos
de narrar, más bien empobrece la narrativa cinematográfica con sus discursos
previsibles y estrategias efectistas que simplifican toda capacidad de sugerir y sorprender.
Por ello, las escasas oportunidades que permitan ver esta película deberían ser
-a mi juicio- aprovechadas.
A partir de escenas
cotidianas de una familia rural del Japón actual, la película no es otra cosa
que el acompañamiento rutinario, con un seguimiento alternante, a cada miembro
de esta simpática familia. Una madre que trabaja como diseñadora de animación,
un padre psicoterapeuta hipnotizador, un abuelo senil, un tío ingeniero de
sonido que cuenta extrañas y divertidas historias a sus sobrinos, un
adolescente cohibido que se enamora de una nueva compañera de clase y una niña
de seis años que sueña con dar una
vuelta en una barra gimnástica. La narrativa es preeminentemente visual: muestra
escenas personales de la vida de cada uno de ellos (como el doble gigante que
se le aparece a la niña, el tren en medio de la noche que pasa delante del
adolescente), además de varias escenas no exentas de cierto surrealismo y
humor, que desvelan que cada persona tiene sus propios sueños y fantasmas y una
particular vida interior, siempre impulsado por una belleza libre, por un canto
a la vida (y al cine).
La vida cotidiana
(como en las películas de Ozu) está llena de pequeños detalles que constituyen
historias o singularidades diferentes y en esto podríamos decir que el director
retoma su herencia del autor de Cuentos
de Tokio, sólo que Ishii busca otro desarrollo más lúdico y ofrece una
salida distinta a la poética de lo cotidiano a la que estábamos más habituados.
El guión y la estructura son sólidos, pero si además de eso, le añadimos una
brillante puesta en escena, unos planos (normalmente planos-secuencias) que
asimilan la naturaleza en el desarrollo de la vida cotidiana en el campo, junto a escenas digitales, animación, videoclips, y hasta irrrupciones espaciales
(¿en un pequeño guiño a 2001?), obtenemos una obra, que algunos han denominado pop, aunque también la podríamos calificar de irresistiblemente moderna).
Tercer largometraje
de Katsuhito Ishii, que además ha realizado varios cortos de anime y ciencia ficción, y es el realizador del corto de animación dentro de Kill Bill vol. 1
de Quentin Tarantino. Si lo meditamos un poco, no es descabellado establecer
algunas analogías entre uno y otro director, sobre todo, en su afán de liberar
al cine de su carga de anquilosamiento más "clasicista" y jugar con
el lenguaje cinematográfico, mezclando influencias diversas (cómic, anime,
poesía, pintura) y articulando un discurso lleno de inventiva, que nos depara un
futuro, cuando menos, esperanzador.
(Reseña publicada
originariamente en www.deriva.org en 2005 y
retocada ligeramente).
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