Mientras mejoraba mi forma de hablar, también aprendí la ciencia de las letras (…) y esto me abrió todo un mundo de maravillas y placeres.
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¿De verdad era el hombre a un tiempo tan poderoso, tan virtuoso, tan magnánimo y, sin embargo, tan vicioso y ruin?
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Entonces supe del reparto de las riquezas, de las inmensas fortunas y de la extrema pobreza, de las familias, de los linajes y la nobleza de sangre.
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No puedo explicaros la angustia que aquellas reflexiones me producían; intenté olvidarlas, pero el conocimiento solo logró aumentar mi pesadumbre.
(Mary Shelley, Frankenstein. Austral. Traducción de José C. Vales, 2014).
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