El lugar de Piglia. Crítica sin ficción, de Jorge Carrión (ed), Candaya, 2008 (Incluye las películas Macedonio Fernándezdirigida por Andrés di Tella y Piglia y el cine, dirigida por Emiliano Ovejero).
Decir que Ricardo Piglia es uno de los autores más sorprendentes y renovadores de la actualidad no supone nada nuevo, pues desde la mítica Respiración artificial, su obra -que funde novela, teoría, diarios, entrevistas y relatos- ha sabido crecer y evolucionar de una manera muy personal y en constante diálogo con la tradición literaria, configurando una obra más cerca de los bordes que del canon.
Ante todo, Piglia es un lector que es escritor. Su manera de leer la literatura supera los convencionalismos al uso de la mayoría de los críticos, gracias a su sagacidad, a su provocación y a su brillantez para rearmar la tradición literaria, junto a su manera de escribir llena de hallazgos, elaborando un discurso que fusiona los géneros con la narración para cuestionar los materiales narrativos, proponiendo nuevas vías de escritura. Libros comoRespiración artificial, Prisión perpetua, Formas breves o Crítica y ficción así lo demuestran. (En alguna entrevista, Piglia ha reconocido que su primer recuerdo como lector es de cuando era tan solo un niño de cuatro o cinco años y cogió un libro haciendo que leía y un transeúnte se acercó a él para decirle que el libro estaba al revés. Como dice Jorge Carrión, Piglia lee al revés o del revés, lo cual no es casualidad y sirve para ilustrar su modo deleer. Y para Piglia no hay escritura sin lectura).
El lugar de Piglia es un libro que intenta articular un corpus a modo de itinerario para leer la compleja poética pigliana, y para ello cuenta con cinco capítulos que acaban por conformar una propuesta siempre discutible, pero bastante competente, que ayuda a comprender y enriquecer la obra del autor argentino. Así, en el bloque I, titulado “Piglia y sus precursores”, encontramos algunos ensayos sobre posibles influencias de escritores y también analogías temáticas, como Juan Carlos Onetti, Witold Gombrowicz, Rodolfo Walsh y la literatura rusa o la gauchesca. Podríamos echar de menos otras propuestas que relacionaran a Piglia con Kafka, Borges o la literatura policíaca, pero eso daría para un libro entero, por lo que al final, la propuesta resulta bastante sugerente.
El bloque II está dedicado al escritor argentino Juan José Saer, desaparecido en 2005 y gran amigo de Piglia. Asistimos a un interesante ejercicio de literatura comparada, así como a un “diálogo” entre los dos autores argentinos, en los que cada uno se ocupa de escribir sobre la poética del otro. En estas páginas intensas, leemos por parte de Piglia -hablando de Saer-: “Una idea muy específica en Saer: narrar es definir un territorio”. Ya estamos acostumbrados a las lecturas piglianas en las que interpreta a otros autores, estableciendo marcas y señales en aquellos textos que resultan representativas de sus propuestas, y como siempre, esas mismas propuestas no son sino una mirada sobre la literatura proyectada en la obra de quien mira, en este caso, Ricardo Piglia, pues si algo hace este al leer (y narrar) es definir un territorio “pigliano”. Ese es uno de los aspectos más brillantes e iconoclastas de Piglia, que cuando escribe como crítico, relee la literatura desde un punto de vista actual, pero además, acaba proyectando su mirada sobre su propia poética. De manera que, como decía Víktor Sklosvki, la estrategia crítica se convierte en mimética porque se contagia de la obra que critica.
El bloque III conlleva otra sorpresa agradable. Titulado “Piglia y el cine”, contiene un ensayo de Emiliano Ovejero (autor de un documental de mismo título que podemos visionar en el DVD adjunto al libro) que aborda la relación de estos dos lenguajes tan dispares y cercanos, no olvidemos que además de cinéfilo, Piglia ha escrito varios guiones y el cine supone una influencia destacable en su obra, algo que él mismo explica en el texto que viene a continuación, una entrevista sin desperdicio, donde la lucidez provocadora de Piglia se prodiga en afirmaciones deslumbrantes, como que “Godard es el mayor narrador vivo”, por cómo utiliza los materiales narrativos del cine, “combinando teoría con género”. Es muchas veces, gracias a entrevistas como esta, y miradas sobre otros autores, donde entenderemos mejor la poética del propio Piglia.
El bloque IV, “Afterpiglia”, es tal vez el capítulo más convencional pero necesario para completar una lectura crítica de la obra del autor argentino. En este extenso capítulo se combinan ensayos temáticos y artículos sobre la totalidad de su obra que nos ayuda a ordenarla desde un punto de vista crítico. Además, también se pone en evidencia la escasa difusión que tuvo Piglia en un primer momento en España, a la vez que la rápida y asentada presencia que ha cobrado desde el año 2000, con la primera publicación “española” Prisión perpetua en la editorial Lengua de Trapo -bajo la supervisión de Eduardo Becerra- y del resto de su obra en la editorial Anagrama. (Llegados a este punto, yo lanzaría al aire la pregunta, de por qué siguen ocurriendo estas cosas en España, por qué continuamos cerrando los ojos ante autores innovadores. ¿Tal vez porque es un lastre pesado del retraso crítico español tan “purista” de las décadas anteriores? Vila-Matas lo tiene claro, hablando precisamente de Piglia: “¿Metaliteratura? En España todavía la mandan a la Inquisición (…) cuando en realidad la metaliteratura se inventó en España, la inventó Cervantes”. En todo caso, gracias a un puñado de críticos y editores “abiertos” podemos ahora disfrutar de la obra de Ricardo Piglia).
En este bloque no escasean las “lecturas” inteligentes sobre el autor argentino. Dice acertadamente Masoliver Ródenas: “la de Piglia es una obra absolutamente abierta: los materiales se nos presentan como parte del relato, hay una proliferación de géneros y de fragmentos”. Más adelante, afirma Matías Néspolo: “¿Cómo definir a Piglia? Piglia es un brillante narrador que escribe crítica literaria. Es un teórico de literatura suspicaz que escribe ficciones”. Y un poco después, comenta Vila-Matas: “Todo esto lleva, una vez más, a la pregunta de qué es narrar”. Como vemos en la suma de estas opiniones (y de casi todas las que encontraremos en el libro), la poética de Piglia se basa en el acto en sí de la narración, en cuestionar los elementos narrativos y buscar una nueva manera de narrar. Ya lo decía el propio Piglia a propósito de Jean-Luc Godard.
En el quinto y último bloque, “Piglia en Barcelona”, Jorge Carrión –encargado de la edición crítica del libro-, une un texto titulado “Hipótesis sobre la crónica o Ricardo Piglia en Barcelona” con una conversación intensa que sirve a modo de coda, donde, como siempre, hallaremos opiniones contundentes y provocadoras de un autor rompedor: “Un escritor siempre aspira a no ser recibido como un clásico, porque eso limita y prefigura la lectura. El texto no debe llegar al lector como ‘importante’. Yo estoy en contra del texto importante”.
El Lugar de Piglia pone a Piglia en el lugar que merece, y debemos alegrarnos porque aunque la espera en España ha sido muy larga, ha merecido la pena, y libros como este no hacen sino confirmar la importancia del autor argentino en el panorama de la literatura hispánica actual.
(Reseña publicada originariamente en www.deriva.org).
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