Los nuevos pobladores, de Pilar Fraile Amador
(Traspiés Ediciones, 2014).
Pilar Fraile Amador, autora de libros de poesía como La pecera subterránea o Larva, publicó el año pasado su primer
libro de relatos, Los nuevos pobladores.
Lo primero que llama la atención es la facilidad de la
autora para desdoblarse. Me explico: Fraile ha publicado hasta ahora varios
poemarios donde el tratamiento del lenguaje alcanza momentos fascinantes. Sin
embargo, uno puede leer La pecera subterránea y pasar a Los nuevos pobladores
y no darse cuenta de que se trata de la misma autora. Si en su poesía nos
topamos con una escritura que se sumerge en las profundidades del lenguaje,
desde el subconsciente y la potencia de las imágenes, en los relatos se
desprende de aquella tensión poética para involucrarse en las profundidades de
los personajes y las aristas de las historias. Así, en Los nuevos pobladores,
nos encontramos con un lenguaje depurado y mucho más simple, si bien la armazón
de los relatos no es simple en absoluto. Las frases no buscan indagar, sino
comunicar desde su realidad cotidiana, que puede revelar matices del día a día.
Un ejemplo: “Ha vuelto a suceder. Por la tarde la duna se asoma a la carretera,
es una mano gigantesca que amenaza con devorar el terreno. Yo ha construido
unas vallas para evitar que se derrame en el paso y nos deje incomunicadas”.
En algunos de los relatos de Fraile Amador, podríamos
aplicar la teoría del iceberg que popularizó Hemingway (y que Ricardo Piglia se
ha encargado de ampliar), pues el caso es que muchos de sus textos contienen
esa estructura abierta y poder de sugestión necesarios para solo mostrar lo más
evidente, y disimular (que no tapar) lo realmente importante, la esencia de los
comportamientos humanos, las zozobras de los personajes que construyen (o
destruyen) su identidad. Las elipsis y los
vacíos narrativos ayudan a reconstruir la historia y por tanto, permiten vivir
la experiencia de manera que el lector se involucre más.
Ya el primer relato “Razones” nos abre a un mundo cotidiano
y tenso, lleno de inseguridades y amagos que delatan la desazón de unos
personajes distantes, inmersos en su
desasosiego, no sin un humor punzante y sutil. En “Normal”, el aguijón de la
normalidad se va instalando en los personajes con la tranquilidad que conlleva
la costumbre, lo que no deja de contener una violencia imperturbable, que pasa
desapercibida. Un cuento que habla de cómo uno puede acostumbrarse al
sometimiento casi sin darse cuenta, o sobre cómo el silencio acaba instalándose
como un huésped cancerígeno. Un texto que podría llevar a la pantalla el
cineasta Jaime Rosales. Y es que, el estilo visual de la narrativa de Fraile,
es otro de los elementos que llama la atención, construyendo escenas
cinematográficas, generando una ambientación que casi podemos respirar.
El relato “Educación” muestra la obsesión por intentar
seguir siendo como se era, cuando esto no es posible. Algunos relatos contienen
esas dosis de perturbación tranquila que emana de los cuentos de J. D. Salinger
o David Foster Wallace, como “Fin del mundo” o “La isla”. Esa perturbación que
apenas se percibe se mezcla con el extrañamiento, incubándose una mirada del
mundo un tanto ambigua. Este cuento, por ejemplo, flirtea con la amenaza, que
solo al final parece asomar a la superficie, así como por los personajes
imbuidos en su complejidad psicológica y el alejamiento del yo. En otros, el
hambre y la ansiedad, parecen confirmar una identidad que podría parecer
enfermiza. La realidad es violenta y el individuo se siente inválido, por eso
se comporta de una manera escurridiza y dubitativa, descubriendo cosas sobre sí
mismo en las diferentes acciones o engañándose a sí mismo. “A veces es tan
difícil la línea que separa lo que no vemos de lo que no queremos ver”, dice el narrador en el cuento titulado “Orden”. Y
es que, habría que preguntarse hasta qué punto la mayoría de las personas somos
frágiles y tenemos comportamientos ambiguos.
(Publicado originariamente en www.culturamas.es en junio de
2015).
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