Hace unos días moría el escritor francés Michel Butor (1926-2016), un autor innovador y prolífico, que escribió narrativa además de poesía, teatro y ensayo. Como novelista, se le considera perteneciente al renovador e inclasificable grupo Nouveau Roman, movimiento literario surgido en Francia en los años 50 bajo el amparo de la editorial Éditions de Minuit, que revolucionó la novela del sigo XX, con autores (no todos conscientes y conformes con dicho movimiento) como Alain Robbe-Grillet, el propio Butor, Marguerite Duras, Nathalie Sarraute, Georges Perec o Claude Simon.
Se podrían decir muchas cosas del Nouveau Roman, una generación de escritores influenciada por el cine, que supieron experimentar con la novela desde la negación y la oposición, rechazando la peripecia de la historia, eliminando atisbos de profundización psicológica en los personajes y la implicación del autor en el narrador, entre otras cosas. Como ejemplo de ello, tenemos obras tan significativas como Las cosas, de Georges Perec, Moderato Cantabile, de Marguerite Duras, La modificación, de Michel Butor o La celosía, de Alain Robbe-Grillet. Otro de los elementos que llaman la atención en muchas de las novelas del Nouveau Roman es el empleo del presente de indicativo en la narración como un ejemplo de distanciamiento en relación a la conciencia temporal. Roland Barthes, dijo al respecto: “El pasado simple es el acto mismo de la posesión de la sociedad sobre su historia. Cuando el pasado simple es reemplazado por formas menos ornamentales y más próximas, como el presente, la Literatura se convierte en depositaria de la densidad de la existencia, pero no de su sentido", algo que parece confirmarse en muchas de las novelas que escribieron los autores de esta generación. Ese distanciamiento y esa desposesión son algunas de las claves para entender cómo los personajes interactúan con su entorno, con los objetos, y por su puesto, con su vida.
Butor publicó novelas como como El empleo del tiempo (L'emploi du temps, 1956) y La modificación (La modification, 1957). En el caso de esta última, el protagonista realiza un viaje en tren de París a Roma, donde piensa encontrarse con su amante, y decirle que va a dejar a su mujer. La novela narra el trayecto a tiempo real, con un narrador que es el propio personaje, dirigiéndose a una segunda persona del plural (similar a la novela de Perec, Un hombre que duerme). Ese narrador en segunda persona (que reclama un lector activo) ofrece un efecto y un tono raro y a la vez sugerente, fundiendo en su discurso sus pensamientos, proyectos, traiciones o sueños. Ese narrar es también el viaje que el protagonista (y los lectores) emprenden. Las situaciones, los acontecimientos, son mínimos, y sin embargo, transforman la vida. Una suerte de monólogo interior que confronta al hombre con sus propios fantasmas, estableciendo una única unidad de tiempo y lugar reducidas al momento presente. ¿No es eso la vida? ¿Relacionarse con el mundo exterior? Y cómo no, el personaje tiene sus debilidades, y el lector, también. Una novela vital, en el doble sentido.
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