Cartas de Sylvia Plath Vol. I (1940-1951). Tres Hermanas, 2020. Traducción de Ainize Salaberri.
Sylvia Plath es una de las poetas imprescindibles del siglo XX. Su poesía es deslumbrante, llega al estómago lo mismo que al cerebro. Además, su biografía, compleja y llamativa, ha ayudado a configurar la imagen de una escritora intensa y trágica como pocas. Sylvia Plath es una poeta maldita. Y con la publicación del primer volumen de sus cartas, el lector o lectora podrá comprender o acercarse un poco más a su interior, ese que fraguó obras determinantes como Ariel.
El volumen comprende el periodo desde su niñez hasta finales de 1951, cuando contaba con 19 años, aunque hay que señalar que no está dividido de igual manera que la edición original de Faber & Faber, pues en su edición anglosajona el primer volumen comprende hasta 1956. Afirman los editores de Tres Hermanas que los dos volúmenes de Faber & Faber quedarán distribuidos en la edición española en cinco. Habrá que esperar para tenerlos todos. Sí cabe resaltar que la edición está muy cuidada, con una gran cantidad de notas que informan sobre quiénes son los destinatarios de las misivas, así como otros datos que ayudan a clarificar el mundo biográfico alrededor de Plath.
Dice la nota a la traducción al español que abre el libro que Sylvia Plath “ve con las palabras”, y no podía ser más acertada esta afirmación, pues la poeta de origen estadounidense ya sorprende con tan solo nueve años con poemas (que ya quisieran para sí muchos aprendices de poetas) y con unas epístolas llenas de hallazgos. Destaca un lenguaje culto y cuidado, de alguien que es superdotado en el uso de las palabras y es consciente de ello. Hay que decir que ya desde la primera carta se percibe a una poeta de verdad. Sí, con tan solo seis o siete años. Porque su manera de escribir y describir, de reflejar su percepción del mundo y de todo cuanto la rodea, es la de una poeta en su sentido más amplio.
Un ejemplo es este fragmento del poema que escribe a su madre en una carta el 20 de marzo de 1942:
Planta una pequeña almáciga
Mézclala con la lluvia, la granizada,
Revuélvela con la luz del sol,
Y las flores harán su llegada
Lo sorprendente no solo es su edad (nueve años), sino que uno vislumbra una mirada sobre la realidad y un uso del lenguaje que después desarrollaría con mayor acierto en sus obras importantes.
Resulta llamativo que una niña de apenas ocho o diez años ya tuviera una visión tan madura de la realidad, como si estas cartas confirmaran que había una base temprana sobre la que formarse la futura poeta. Por otro lado, y aun sabiendo que fue una mujer con numerosos problemas personajes que acabaron en un corolario dramático, en muchas de las epístolas abundan la ternura y el cariño hacia sus padres o seres queridos.
Es indudable el valor testimonial de las cartas, así como el carácter reflexivo e indómito que profesa la autora de La campana de cristal. Muchas cartas son enviadas a su madre, pero también a diferentes amigos e incluso a su padre (que moriría siendo ella una niña). La pequeña Sylvia pasaba mucho tiempo en campamentos y ella sentía la necesidad de comunicarse con sus seres más allegados. Resulta entrañable leer sus explicaciones a su madre sobre a qué jugaba, qué actividades realizaba, cómo gastaba el dinero o con quien se relacionaba. Hoy en día, podríamos pensar que los niños usarían whatsapp o videollamadas con sus padres, pero la capacidad de inmersión de la pequeña Sylvia en su vida cotidiana es notable.
El libro, además, contiene poemas que por un lado permiten observar la evolución de Plath, pero también evidencian su prontísima actitud poética. Plath era un animal poético ya desde niña. Por ejemplo, con quince años, era capaz de escribir versos tan misteriosos como estos:
“La extraña”
Anoche golpeó en mi cristal
Mientras pasaba,
Pero, orgullosa, no hice caso.
Yo no.
Pasó de nuevo cuando las nieves permanecían
Bajo la luna.
Lo escuché silbarse a sí mismo
Una melodía.
Y de nuevo, por tercera vez, se quedó cerca
De mi puerta cerrada.
Pronunció mi nombre y esperó igual
Que antes.
Cuando me levanté era tan tarde
Que se había marchado.
Y, bueno, ojalá le hubiese preguntado,
¡Si quería quedarse!
Este libro ayuda a desentrañar cómo era Plath por dentro, si bien podría pensarse que, como textos que son, pueden contener una postura o una construcción de un personaje que pretende ser percibida de una determinada manera, que intuye que ya es escritora y que alguna vez será leída por otras personas.
Finalmente, diría que este libro no es solo para los lectores de Sylvia Plath: puede ser también un perfecto comienzo para acceder a una de las escritoras más fascinantes del siglo XX.
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