martes, 19 de enero de 2016

Antonio Gamoneda: la soledad del poeta




Mi relativo aislamiento me ha privado de participar en montajes generacionales y en mecanismos de promoción, pero la privación se ha vuelto a mi favor: yo me siento más individualizado en el territorio de la poesía y, en relación con mis coetáneos (aquellos de quienes se piensa que son una generación), sé que no tengo los mismos "padres", que no he recibido idénticos préstamos, que padezco otros estereotipos. Sin mérito mío, soy exterior a un equívoco (la supuesta generación) que extiende una cortina igualitaria -confusamente igualitaria- sobre poetas de muy distinta especie y graduación. He tenido suerte: yo puedo llevar solo mi pobreza. Además, vivir en una provincia, ser poco llamado a las plataformas de la notoriedad, aunque pueda molestar al vanidoso que llevo dentro, me proporciona algún silencio; el mínimo necesario, en mi caso, para hacer poesía con cierta responsabilidad. Al fin y al cabo, la pasión real y mayor de la poesía no es otra cosa que un hombre solo, una hoja en blanco y silencio.

(Antonio Gamoneda, El cuerpo de los símbolos, Huerga y Fierro, 1997).

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