sábado, 31 de agosto de 2019

Tempestad, de J.M.G. Le Clézio


No hay otra razón a mi exilio, a mi soledad, solamente el gris del cielo y el mar, y las llamadas desgarradoras de los pescadores de lapas, sus gritos, sus silbidos, una especie de lenguaje desconocido, arcaico, la lengua de los animales marinos que han habitado el mundo desde mucho antes que los hombres.


La isla, para mí, es un callejón sin salida, sin esperanza, un lugar que no se puede sobrepasar, después del cual no hay nada. El océano, es el olvido.


(J.M.G. Le Clézio, Tempête. Deux novellas, Éditions Gallimard, 2014. Traducción de C. H.).

domingo, 11 de agosto de 2019

César Vallejo: "La violencia de las horas"

Imagen extraída de www.wikipedia.org
  
Todos han muerto.
         Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
         Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «Buenos días, José! Buenos días, María!»
         Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió a los ocho días de la madre.
         Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
         Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
         Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
         Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
         Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
         Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
         Murió mi eternidad y estoy velándola.

(César Vallejo, Poemas en prosa, 1929).

lunes, 5 de agosto de 2019

La vegetariana, de Han Kang

Imagen extraída de www.ambitocultural.es


Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez. No era ni muy alta ni muy baja, llevaba una melena ni larga ni corta, tenía la piel seca y amarillenta, sus ojos eran pequeños, los pómulos algo prominentes y vestía ropas sin color como si tuviera miedo de verse demasiado personal. Calzada con unos zapatos negros muy sencillos, se acercó a la mesa en la que yo estaba sentado con pasos que no eran ni rápidos ni lentos, ni enérgicos ni débiles.

Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto en particular.


(La vegetariana, Han Kang, Ed. :Rata_, 2017).
(Reseña de La vegetariana aquí).