lunes, 27 de febrero de 2023

Un parque de atracciones de la mente, de Lawrence Ferlinghetti



Lawrence Ferlinghetti, del que pudimos disfrutar hace no mucho de una antología traducida también por Antonio Rómar, fue un poeta relevante del denominado Renacimiento de San Francisco a la par que de la Beat Generation, además de ser uno de los editores de poesía más importantes de EEUU con City Lights, que revolucionó el mundo de la edición con libros de bolsillo permitiendo que los lectores pudieran acceder a la poesía a precios reducidos en su colección The Pocket Poets Series, y dando cabida a autores como Allen Ginsberg, Gregory Corso o Diane Di Prima. También fue un librero determinante creando City Lights Bookstore en San Francisco, un espacio de intercambio contracultural que abarca varias décadas.

Ahora se publica, con una nueva traducción, un importante libro dentro de la trayectoria de Ferlinghetti (hubo una primera edición en la editorial Hiperión en 1981), así como de la poesía estadounidense de la segunda mitad de siglo XX, circunscrito a la Generación Beat. Publicado originariamente en 1958, A Coney Island of the Mind es un clásico moderno de las letras anglosajonas y seguramente el libro de mayor éxito de su autor.


El jugoso prólogo, firmado por Antonio Rómar, nos contextualiza una época muy concreta para comprender mejor el alcance anti-bélico del libro. Pese a ser un año, 1958, en el que aparentemente “no pasaba absolutamente nada”, tiene un trasfondo de Guerra Fría, en el que EEUU realizó una gran cantidad de pruebas nucleares y accidentalmente cayeron algunas en suelo norteamericano. Por cierto, ese mismo año, Gregory Corso publicaría en City Lights su famoso poema “Bomb”. Por tanto, muchos de los poemas son anti-bélicos, pero también anticapitalistas, por cuanto tienen de denuncia de los abusos y los excesos del poder y del consumismo creciente de la década del 50.

El libro se divide en tres apartados: la primera y más extensa, que da título al libro, es una mirada contemplativa del mundo y la belleza, donde los poemas se completan con la pericia del lector, teniendo en cuenta la intertextualidad y las referencias de otros autores. Se trata de poemas fragmentarios y líricos, con ecos surrealistas, donde hay cabida para pequeñas escenas cotidianas, casi a modo de postales. El poeta, de origen italiano, se fija en detalles que solo la poesía puede mostrar y aglutina múltiples conexiones, tanto con pintores (Goya, Morris Graves, Chagall, Picasso) como con poetas (Yeats, Whitman, Ezra Pound), mezclándose con elementos mitológicos o referencias de la Historia americana, reconstruyendo, como en un mosaico, la sociedad americana de posguerra. No es casualidad la referencia a Goya en el primer poema, donde ya hay una alusión a la “humanidad sufriente” debido a la violencia de las guerras. Porque a pesar de la distancia temporal con respecto al pintor aragonés, “solo el paisaje ha cambiado”.

La segunda sección, “Mensajes orales”, viene acompañada de una explicación donde el autor reconoce que los textos fueron escritos para ser “pronunciados” junto a músicos de jazz y destaca su intención de ser espontáneos. Hay poemas impresionantes, como “El Obliggato del Chatarrero” y, sobre todo, “Autobiografía”, una suerte de flujo rimbauldiano que evidencia la capacidad observadora y alucinada del poeta. Son textos con una importante carga crítica que hablan de una América perdida y carente de justicia: “El sistema se ha echado a perder. / Roma nunca se pareció a esto”. Sin embargo, y a pesar de varias imágenes desoladoras que dibujan un mundo deteriorado, hay una crítica constructiva. El poemario, y en especial los poemas que integran esta sección, son un ejemplo de la vertiente beat tan incisiva con el capitalismo, que se rebela desde el ritmo y las asociaciones libres, mostrando su descontento ante las autoridades estatales y dejándolas en evidencia. En este sentido Ferlinguetti es un poeta comprometido con el momento en que vive y tiende puentes con compañeros de generación: “He comido perritos en estadios. / He escuchado el discurso de Gettysburg / y el discurso de Ginsberg”.

La tercera parte, incluye una selección de poemas que ya habían aparecido en su primer libro, Retratos de un mundo perdido, en 1955. Encontramos bellos poemas como los titulados “4” o “5”, con alusiones a René Char o Joaquín Sorolla, textos muy líricos donde los versos serpertean en las páginas a la vez que las ideas brotan como peces en un estanque. Ferlinguetti es capaz de elaborar piezas sutiles y combinarlas con otras llenas de fuerza. A esto hay que añadirle el humor y la fina ironía, que, junto a la polifonía, dotan al libro de un carácter heterogéneo, como un collage típicamente genuino de mediados del siglo XX, dando cabida a la belleza y el amor, pero también a la violencia y la corrupción.


A lo largo del libro se tematizan distintas preocupaciones, si bien al final perdura una idea sobre esa dualidad que es la vida y la muerte, aunque hay un poso de esperanza (no se sabe si irónica o real) que late en muchos poemas: “El mundo es un lugar hermoso / donde nacer (…) / si no te importa esa pizca de infierno / de vez en cuando”. Parece que en Ferlinghetti persiste el afán vitalista y una búsqueda de una Ítaca perdida, y nos anima a seguir explorando la realidad.

Lo más llamativo es que después de casi 65 años, el libro sigue teniendo interés poético y político, y este es un buen momento para entrar en sus poemas comprometidos, que revelan los problemas asociados al mundo contemporáneo.

(Reseña aparecida originariamente en Culturamas el 3/01/23).

 

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