Ahora que todo el mundo habla de Manuel Vilas y de su novela Aire nuestro, yo hablaré de Manuel Vilas y de su novela España, porque es uno de los últimos libros que he leído y porque me ha parecido un libro que dice verdades necesarias y que, además, ha sabido reflejar parte de lo que es España (y no España, como dice el mismo narrador).
Pienso en Witold Gombrowicz, uno de los grandes escritores europeos (y argentinos) del siglo XX y la tradicional y católica Polonia, y me doy cuenta de que Polonia también es España. España es un país donde siempre es muy difícil escribir literatura. Si hablamos de literatura institucional, eso no es difícil, más bien es lo común. Pero si hablamos de literatura gombrowicziana o joyceana, es decir, literatura irreverente, que no pase por el aro y que además, busque el placer lúdico de la forma y que, ya de paso, se postule contra lo establecido, entonces, los periódicos nacionales, los críticos de estos medios (lo Institucional, que diría Gombrowicz), todos soslayarán a esos autores, y eso lo refleja muy bien la novela de Vilas. Esto puede verse desde el tratamiento del lenguaje que Vilas emplea –no sin ironía, ese poso de inteligencia. Parece como si un escritor que tenga tatuajes por sus brazos o lleve una gorra de béisbol o escriba diálogos con la palabra “polla” o “follar”, ya no es un escritor serio. Creo que esto no ocurre en EEUU, pero claro, no nos vamos a comparar con este país, perdón, quiero decir con EEUU. Recuerdo cuando Ray Loriga publicó una novela, que para quien esto escribe, es una de las mejores de los últimos quince años en España, Tokio ya no nos quiere. Pocos críticos se atrevieron a decir lo que realmente se merecía. Poco a poco, Loriga se ha ido “domesticando”, que no quiere decir que sea peor escritor, pero la crítica sí le ha ido dedicando mayor protagonismo en sus últimas novelas y ha cobrado mayor presencia en los medios institucionales. (Habría que ver si ese “domesticarse” supone escribir guiones de cine –es decir, formar parte de una Industria- o dejar de usar cierto lenguaje “rock” y así gustar a un par de críticos influyentes que consideran que “ya” sabe escribir). Parece que en España siempre se tarda más de la cuenta en reconocer las grandes obras que no sean de corte clásico. El último Premio Nacional de Arte Dramático, Paco Bezerra, comentaba la dificultad de abrirse camino en este campo si no se tiene cincuenta años, barba y se viste una americana de pana. Me vienen a la cabeza los ejemplos (patéticos, vergonzosos) que han sufrido gente como Pedro Almodóvar o Enrique Vila-Matas, dos creadores mayúsculos que sin embargo han tenido que ser valorados primero en otros países para que sus propios compatriotas los consideren como grandes autores. Se pasa de lo marginal a lo “moderno”. Los prejuicios, seguramente, me decía el otro día un amigo hablando de este tema. La sombra de Franco es alargada, le contesté yo. Pero algo está cambiando, menos mal. Manuel Vilas, Agustín Fernández Mallo, Eloy Fernández Porta, Javier Moreno y un puñado de jóvenes escritores y críticos (y muchas revistas independientes, la mayoría digitales) que, sin ser los primeros, han tomado el relevo de autores como Vila-Matas o Roberto Bolaño y están contribuyendo a que el aire nuestro se airee un poco, pierda en aquilosamiento del noventaiochismo, y que busque sus nuevos caminos, su nueva identidad. Pensando en España, creo que ahora le ha llegado el turno a Manuel Vilas, y eso quiere decir una cosa (entre otras muchas): que esos caminos han servido para seguir transitando por ellos y para abrir otros nuevos. Y Manuel Vilas, como Witold Gombrowicz, como Roberto Bolaño, como Vila-Matas, abre caminos. Pero además, sabe escribir, señores. Y no lo hace nada mal. Puede, incluso, que mejor que muchos escritores académicos. “No me gustan los fideos demasiado fideosos”, le decía Witold Gombrowicz al Poeta Nacional de Argentina en un duelo literario en la magistral Trans-Atlántico. Además, Vilas hace otra cosa difícil que determina su lectura. Vilas ha escrito una novela política desde la literatura, desde la ficción, sin politizaciones. Pocos saben hacer eso. Cuando leía España, leía también a Foster Wallace, a Bolaño, a Fresán, a Gombrowicz. Me parece uno de las mejores ejemplos de lo que es España, y ahora, con permiso de Vilas, no pongo la cursiva. ¿Novela mutante? Bueno, si les parece bien eso de las etiquetas, de acuerdo, pero dejémoslo en una de las mejores novelas españolas de la última década y en una voz que de verdad le hacía falta a España.
Amén hermano.España es de lo mejorcito que hay en el panorama literario español, que dicho sea de paso es bastante desolador.
ResponderEliminarEl panorama literario español jajaja..Para mi esa expresión me hace recordar el desfiladero de las Termopilas.300 guerreros espartanos enfrentados a las hordas de Jerjes.300 contra 300.000.
Obviamente dentro del"panorama literario español" no hay 300.000 ni en ese desfiladero estratégico tampoco hay 300 escitores que aguanten las embestidas una y otra vez hasta caer gloriosamente dejando huella(como Bolaño).
Con respecto a Ray Loriga...Opino lo mismo sobre Tokio ya no nos quiere..pero ¿en que momento dejó las filas de esos 300 y se fué con los Persas?¿Por que cuando pienso en su literatura,sus guiones, su columna de opinión, viene a mi cabeza la imagen de Efialtes?...
Muy buena tu apreciación -y comparación, Anacoreta. El caso es que Vilas tiene madera y pocos -muy pocos- tienen su calidad. Lo que dices de Loriga... Je suis d'accord... la vida...
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