jueves, 28 de julio de 2011

La penúltima derrota de Jack Kerouac: Satori en París




Siempre que se acerca el verano me empiezan a correr por las venas ansias beats, no sé por qué. Y ahora que estamos inmersos en el caluroso verano madrileño, me acuerdo, cómo no, de Jack Kerouac, y de sus inevitables viajes. Reproduzco una reseña de Satori en París que publiqué hace no mucho en la revista Deriva.

Satori en París, de Jack Kerouac (Ediciones Escalera, 2009, Madrid. Traducción de Daniel Ortiz Peñate).

En octubre de este año se cumplen 40 años de la muerte de Jack Kerouac y todavía su obra continúa siendo una fuente de inspiración en muchos escritores, además de seguir despertando interés en los lectores. Ahora nos llega, de la mano de Ediciones Escalera -y por primera vez en España-, la penúltima novela del autor de En el camino, lo que supone un salto editorial para este sello pequeño que habrá que seguir de cerca.
Parece ser que Jean-Louis Lebris de Kérouac (éste era su verdadero nombre, pero como él mismo reconoce en la novela: “uno no puede moverse en América o enrolarse en la Marina Mercante llamándose Jean”) sentía un gran interés por hallar sus ancestros, procedentes de Bretaña antes de esparcirse por tierras de Escocia, Gales, Irlanda, Canadá y EEUU. Tal vez este viaje fuera una excusa para sentirse menos solo, o puede incluso que para encontrar algo de compasión en un mundo incomprensible en el que su frustración se diluía en alcohol desde las primeras horas de la mañana.
El escritor norteamericano, demuestra con Satori en París estar por encima de la figura de un “simple” beatnik, tanto por su bagaje cultural, como por su sensibilidad de poeta (las etiquetas muchas veces reducen la visión de un artista a un mero nombre obviando otros aspectos que enriquecen su figura). Puede que ésta no sea una novela mayor, pero sí que contiene no pocas cualidades para los amantes de Kerouac, además de todo aquel que quiera comprobar una mirada desmitificadora de la Francia de los años 60 y del movimiento beat. Esta novela, que no deja de ser un viaje de aprendizaje o incuso una versión del mito de Ulises regresando a Ítaca, queda muy alejada de las iniciáticas experiencias de los años 50 repletas de emociones y fuerza vital. Aquí, el desencanto, el inicio de la vejez subyace en cada una de las “aventuras” de Kerouac. Lo peor de todo tal vez sea constatar que el autor de origen canadiense tenía dificultades para encontrar un “sitio” en el mundo, atrapado en una jaula enorme, la de la sociedad capitalista en pleno desarrollo. Por ello Satori en París refleja esa nostalgia tan patente en sus estampas poético-narrativas a modo de capítulos. Véase este fragmento como ejemplo:
“Me encontraba a la deriva en la más cerrada oscuridad, en la niebla, los locales cerraban. (…) Pregunté a todo el mundo por un hotel. Ahora nadie parecía saber.
(…)
¿Qué nos queda en las calles?
Milagrosamente tropecé con una docena de reclutas de la Marina que cantaban a coro canciones marciales en una esquina. Me dirigí a ellos, escudriñé al cabecilla y me arranqué con mi afonía de barítono borracho y afónico: ‘Aaaaaaaah’
(…)
Y allí, al otro lado del primer coro, bajo la niebla y el rocío, estaba Brest, Bretaña. Luego dije ‘Adieu’ y me alejé. No dijeron palabra.
Algún chiflado con chubasquero y capucha”.
El autor de Los vagabundos del Dharma siempre busca el consuelo en los callejones oscuros, la ternura en las conversaciones con los barman, incluso la compasión de las personas por encima del arte: “da igual lo enriquecedores que lleguen a ser el arte y la cultura porque sin compasión no sirven para nada”. No hay que olvidar que los beats eran, como dijo el crítico Al Aronowitz, mentes lúcidas que sabían ver más allá de la superficie de la estructura social y política, sin embargo, no pudieron –o no supieron- cómo cambiar las cosas, siempre fueron una generación vencida por el hastío.
Una de las causas por la que Kerouac es un gran escritor, es debido a que sabe sacar jugo donde para otros no lo hay; así, lo que podría resultar un relato de viajes insulso, acaba convirtiéndose, poco a poco, en cada página –y en cada silencio-, en un relato que conjuga humor y poesía. Kerouac no diferenciaba entre poesía y narrativa, por eso algunos párrafos contienen un hálito de luz, de tristeza o de emoción más propio de sus haikus. Ahí radica el mayor interés de este libro.
Otro aspecto que llama la atención de Satori en París, es el humor, patente en los sutiles y divertidos juegos lingüísticos que entabla con la lengua francesa, sobre todo a nivel fonético, no olvidemos que Kerouac emprende este viaje para intentar encontrar sus ancestros bretones. (Por cierto, que el gran Jack no andaba perdido del todo en relación a la importancia de su ilustre apellido, pues hay una interesante y sorprendente página web llamada “L’Assosiation des Familles Kirouack Inc” que, tanto en francés como en inglés, permite conocer la familia de este apellido, entre ellos, cómo no, Jack Kerouac). El autor de Massachusetts también ironiza sobre las diferencias culturales entre Francia y EEUU y Canadá, sobre la incomunicación y sobre sí mismo, de quien se ríe continuamente y sin disimulo. Pero la ironía es para Kerouac un poso de amargura disimulada con coñac. El desencanto del “viejo” Kerouac se ve acrecentado al descubrir que París no es la ciudad que seguramente pensaba, que de la época del París bohemio de antaño solo quedan cenizas (¿tal vez como una imagen de su propia vida?). Lejos quedan los años locos y emocionantes de En el camino. Satori en París refleja, como una mirada en el espejo, la caída ya inminente del rey León.
Al final de la novela, el cansado Ulises-Kerouac quiere volver a su querida Ítaca-Florida, su morada, tal vez hastiado del mundo y de sí mismo, viejo, alcohólico, derrotado por una sociedad demasiado arisca para su tremenda e incomprendida insensibilidad.
(Reseña publicada originariamente en www.deriva.org).

2 comentarios:

  1. Hola, Carletes,
    ¡Caramba, que articulazo! Es estupendo saber más cosas de Kerouac. Por cierto, veré si puedo conseguir la novela este verano. Una lástima que la Generación beat, no pudiera cambiar el mundo. Quizás hay que buscar otros caminos, derivados de los beat, porque, creo que, en la literatura americana y europea seria, ahora no me vienen los nombres a la mente, están buscando lo mismo, pero sin utilizar las drogas. Por lo menos, el legado de Kerouac y de los demás, no ha muerto. Es bueno saberlo con su "Viaje a Satori". ¿Satori es una manera de elevar la conciencia, creo?
    Abrazos,
    de H.
    Y muchísimas gracias por el artículo, que iluminan siempre.

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  2. Gracias Hyeonymus!!
    La novela, sin ser una maravilla, tiene sus hallazgos, aunque sobre todo para los fans de Kerouac.
    Yo creo que la Generación Beat sigue muy viva y no solo en literatura o poesía, sino también en sociología, derechos humanos, música, cómic, en muchas cosas más.
    Un abrazo!

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