martes, 2 de diciembre de 2025

martes, 25 de noviembre de 2025

Batman Arkham City o el cómic de terror poético


Normalmente, no soy muy fan de cómics y películas de superhéroes, pero como en todo, hay excepciones. Hay obras de Daredevil tanto en historieta como en cine que superan con creces los paradigmas consumistas y efectistas de Marvel; en este sentido, cómics como Daredevil: Born Again, Daredevil: El hombre sin miedo o Daredevil Amarillo, así como la serie de Netflix (que estoy viendo actualmente) indagan y profundizan en algunos personajes como el propio Daredevil, Karen o Foggy, y muestran una realidad compleja alrededor de ellos. Además, tanto los tebeos citados como la serie, incorporan un gran trabajo artístico gracias a las ilustraciones en los cómics, y la iluminación y la fotografía en la serie cinematográfica. 

Otro caso que me parece paradigmático de este tipo de obras es el de Batman, seguramente el personaje de DC Comics que más y mejor suerte ha tenido en su expansión a otros medios, como los videojuegos (con la trilogía de Batman Arkham o la aventura gráfica Batman The Telltale Series) y el cine (la trilogía de Christopher Nolan o las obras de Tim Burton son claros ejemplos). Hay tebeos que constituyen obras maestras del noveno arte más allá del género "cómic de superhéroes". Algunos títulos, como Batman, Año Uno, de Frank Miller y David Mazzucchelli,  Batman El regreso del Caballero Oscuro de Frank Miller y Klaus Janson o Batman: El largo Halloween, de Jeph Loeb y Tim Sale suponen cómics que por razones diversas superan esa etiqueta que simplemente acota sus publicaciones a "superhéroes". Una de las obras más impactantes del hombre murciélago (y de los cómics en la brillante década de los 80) es Batman: Arkham Asylum, de Grant Morrison y Dave McKean.

Lo primero que llama la atención de este cómic es su fuerza visual, que en muchos casos se sale de lo habitual en el mundo de la historieta, ya que se dan una gran diversidad de recursos artísticos. Muchas de las páginas combinan viñetas tremendamente verticales con otras más abiertas en las que apenas se diluyen las caras y las figuras y casi tenemos que adivinar qué se está representando. En ocasiones, esas viñetas tienden a la abstracción, y apenas quedan los colores y los trazos impregnando sensaciones y movimientos. 

Esa expresividad, que en muchos casos tiende a la hipérbole, es una muestra del enorme trabajo de McKean en el dibujo y la técnica del collage, y en muchos momentos pareciera que estamos ante una serie de cuadros, más que viñetas. En general es una obra muy poética, ya que sobresale lo sensorial por encima de la narratividad. Por momentos, Arkham Asylum tiene más del Allen Ginsberg de Aullido o Kaddish o de Edgar Allan Poe que de los Batman "de toda la vida". Poesía, terror, y un sinfín de referencias explícitas e implícitas, que van desde Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carroll hasta El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.


El trasfondo de esta obra es profundo, y Morrison logra con su guion establecer una especie de ópera coral donde leemos (casi parece que escuchamos) voces de personajes enajenados, al borde de la locura -o dentro de ella-. Indudablemente, hay toda una armazón sobre los turbios y oscuros mundos que habitan en la cabeza de Joker, así como en el propio Batman. Se mezclan diferentes grados de locura, terror,  miedos, pesadillas... A lo largo de esta construcción polifónica, el personaje de Batman se diluye entre las voces y los gestos de los personajes que pululan por el asilo. Casi pareciera que Batman es una excusa para hablar de la locura, del terror y las pesadillas a través de diálogos punzantes y unas ilustraciones tremendamente impactantes que en ocasiones tienden a la abstracción. 

Arkham Asylum es un ejemplo de un cómic de superhéroes que es otra cosa. Posiblemente Morrison y McKean aprovecharon el tirón del personaje para precisamente narrarlo desde otros prismas, pero lo mejor de todo es que fue un rotundo éxito, tanto de ventas como de crítica y a día de hoy sigue siendo un tebeo innovador y lleno de sorpresas.

Por último, resulta una experiencia sugerente leer esta obra y jugar al videojuego Batman Arkham Asylum, ya que aunque parece partir de la misma idea, tanto su narrativa como sus trasfondo resultan muy diferentes. Ahí se pueden tender relaciones intermediales bien interesantes entre ambas propuestas.



sábado, 15 de noviembre de 2025

Ocean Vuong: "Suave patria"


 

Suave patria


Chíngatelos, compa. Tú entra

y enséñales quién manda. Te los llevaste

entre las patas en el show. No, estabas hasta la madre. No,

la partiste. Te pasaste de verga. Les dimos

hasta por debajo de la lengua. Mi hijo es una bestia. Arrasa

con las chicas. Donde pone el ojo pone la bala. Le montó

una barriga. A una rubia buenota. Vamos a darles

en toditita su madre. Vamos a levantarnos a la güera. Vamos a 

darle a ese putito un asado de palo. Vamos a cogérnoslo hasta hacerlo pulpa.

Esa chica está bien mami. Allá abajo era una batalla campal,

eso era Nam. Igual se la meto hasta el fondo. La dejo

bien jodida. Me estoy partiendo. Me estoy muriendo de risa. De verdad

acabaste con ella. Oye, me estás matando.

Güey, de verdad, estoy muerto.



Old Glory


Knock ‘em dead, big guy. Go in there

guns blazing, buddy. You crushed

at he show. No, it was a blowout. No,

a massacre. Total overkill. We tore

them a new one. My sons’s a beast. A lady

-killer. Straight shooter, he knocked

her up. A bombshell blonde. You’ll blow

them away. Let’s bag the broad. Let’s spit-roast

the faggot. Let’s fuck his brains out.

That girl’s a grenade. It was like Nam

down there. I’d still slam it though. I’d smash it

good. I’m cracking up. It’s hilarious. You truly

murdered. You had me dying over here.

Bro, for real though, I’m dead.



(Ocean Vuong: El tiempo es la madre. Vaso Roto. 2023. Traducción de Elisa Díaz Castelo).

viernes, 7 de noviembre de 2025

Virginia Woolf: Un cuarto propio

 


¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué un sexo era tan adinerado y tan pobre el otro? ¿Qué influencia ejerce la pobreza sobre la literatura? ¿Qué condiciones requiere la creación de obras de arte? -mil preguntas me acosaban a un tiempo-. Pero yo precisaba contestaciones, no preguntas; y una contestación era imposible sin consultar a los eruditos y a los imparciales, que se han elevado sobre la disputa de lenguas y la confusión de estar en un cuerpo y han publicado el fruto de su razonamiento y de sus buscas en libros que se pueden conseguir en el Museo Británico. Si la verdad no está en los anaqueles del Museo Británico, ¿dónde, me pregunté, tomando una libreta y un lápiz, estará la verdad? Así pertrechada, así interrogativa y esperanzada salí en busca de la verdad.


(Virginia Woolf, Un cuarto propio, 1929. Traducción de Jorge Luis Borges).


 

martes, 14 de octubre de 2025

Sirât o el descenso a los infiernos



Lo primero que se me ocurre tras ver Sirât, es que Óliver Laxe es heredero de Andrei Tarkovsky. Su cine es atmosférico, denso y poético, como ocurre con la filmografía del autor de Stalker. Su propuesta es sugerente a la vez que intensa.

Sirât es muchas cosas, pero sobre todo, se trata de un filme poético y político. Poético ya desde su comienzo con una bella cita que avisa a los espectadores de que la obra que se va a visionar no va a ser un viaje cómodo, como tampoco lo será para los protagonistas: "Existe un puente llamado Sirât que une infierno y paraíso. Se advierte al que lo cruza que su paso es más estrecho que una hebra de cabello, más afilado que una espada". 

Como en El espejo, de Tarkovsky o como en Dead Man, de Jim Jarmusch, la historia que se narra es eminentemente poética. ¿Es una historia real, una pesadilla o una alucinación? Porque el viaje de los protagonistas no solo es un viaje exterior, también es un viaje interior. Las cosas que suceden también pueden entenderse como una metáfora de lo que les ocurre o les puede ocurrir a los personajes interiormente. 

Sirât también es un filme político, porque muestra a unos outsiders, unos inadaptados que buscan su lugar en el mundo, un mundo que los expulsa por ser diferentes (como se ve reflejado en la escena en la que los militares los echan en medio de una rave en el desierto). Ellos quieren vivir ajenos a la guerra, al conflicto constante, al mundo que se rige por la violencia. Ellos quieren vivir de otra manera. Las raves y la música techno conforman una comunión de ruido que los lleva hacia el vacío del desierto, ajenos al ruido del mundo, huyendo del vacío de una sociedad que se devora a sí misma. 

También se puede ver Sirât como una suerte de western poético donde los salvajes paisajes del desierto acaban modificando a los personajes. Los raveros son cowboys que viajan en caravana por el desierto marroquí, buscando su paraíso. Mas no hay paraíso, porque su búsqueda, tiene, como decía la hermosa cita que abre la película, grandes riesgos. ¿Es, entonces, el propio viaje, el sentido de la vida? 

Como en un buen western, se funden la violencia, la búsqueda de un fin, el viaje al filo del abismo, los vínculos de la amistad. Por cierto, varios de estos ingredientes estaban ya en Mimosas, otro western magrebí dirigido por Laxe en 2016.

De manera similar a la poesía de Ginsberg o de Plath, Sirât es eminentemente sensorial: el sonido y las imágenes forman un todo que se respiran, o más bien, hacen respirar a los personajes. Yo diría que más que respiración, es el sistema nervioso de los personajes, casi un síntoma de lo que va a ir ocurriendo en ese viaje extraño y profundo. Como ocurre cuando leo a Ginsberg o a Plath, mi corazón bombea al ritmo de las líneas/escenas. A todo ello contribuye enormemente el músico y arquitecto sonoro Kangding Ray.

Sirât es dos (o tres) películas en una. La que cuenta un viaje de un padre y su hijo pequeño buscando a su hija/hermana mayor, perdida hace tiempo en los trances del desierto; la que habla de un grupo de marginados o freaks que se adentran en el filo del abismo y sus riesgos; pero también es un viaje interior que muestra el duelo, el miedo, la incertidumbre, el absurdo y el vacío de la vida (y la muerte). En este sentido, me ha recordado algo a Gerry, de Gus Van Sant. Personajes perdidos en el desierto que se ven inmersos en una experiencia extrema, buscando algo que tal vez no saben nombrar, pero que (tal vez) está dentro de ellos. 

Otro de los intereses de la película es la muestra de las raves clandestinas en medio del desierto, vistas como "desviaciones" o heterotopías, ya que constituyen lugares al margen de lo establecido por la sociedad, pues están fuera de todo lugar (y del tiempo). 

¿Es Sirât un mal viaje? ¿Es un ejercicio de catarsis? ¿Un descenso a los infiernos? Sobre todo, es una experiencia sensorial, sinestésica, puro trance. 

(Sirât, dirigida por Óliver Laxe. España, Francia, 2025).





 

domingo, 5 de octubre de 2025

Bian Zhilin: "Las hierbas del muro"



 Las hierbas del muro


Las cinco de la tarde y anochece.

Las seis de la tarde y las luces ya medio encendidas.

Hay gente que toma los días

Y los convierte en sueños,

Pero tú miras las hierbas que han crecido en los muros,

Las hierbas que ya se han secado.


(El cielo a mis pies. Antología de la poesía china moderna 1918-1949. Hiperión. Traducción y selección de Blas Piñero Martínez).

domingo, 21 de septiembre de 2025

Dune: el perro y el lobo

 


Por propia definición, un lobo es alguien que tiene poder y puede abusar de ese poder. Sin embargo, hay un periodo de tiempo, al alba, en que uno no puede distinguir entre un lobo y un perro.

(...)

Bajo la superficie hay rocas, tierra, sedimentos, arena. Esos son los recuerdos del planeta, la imagen de su historia. Lo mismo ocurre con los seres humanos. El perro recuerda al lobo. Cada universo gira en torno a un núcleo de «ser», y todos los recuerdos se mueven desde ese núcleo hacia el exterior, directamente a la superficie.


(Hijos de Dune, de Frank Herbert. Random House Mondadori. 2021. Traducción de Domingo Santos).

martes, 9 de septiembre de 2025

Pavements, dirigida por Alex Ross Perry

 




Pavement fue una de las bandas más frescas y desprejuiciadas de la importante década de los 90, y eso no es poco. Algunos de sus álbumes hoy son considerados de culto, como Slanted & Enchanted (1992), Crooked Rain, Crooked Rain (1994) o Wowee Zowee (1995).

Pavements, dirigido por Alex Ross Perry es un falso documental, un documental ficticio o un metapelícula que combina distintas capas de la realidad (ficticia e histórica) y plantea numerosos interrogantes.

¿Un concierto de autohomenaje de la carrera de una de las bandas más importantes del rock alternativo de los 90?

¿Un musical basado en las canciones más famosas de Pavement?

¿Una película biopic sobre Pavement?

¿Un museo dedicado a la historia de Pavement?

Pavements es muchas cosas, pero sobre todo, es una obra divertida e ingeniosa. Es una película sobre un grupo que desafió al mercado musical cuando muchas bandas sucumbían ante sus cantos de sirena. Es un alegato a favor de la integridad artística y una crítica al establishment. Es una parodia de sí mismos. Y también es una historia alternativa a lo que ocurrió o una posibilidad que plantea "y si hubiera ocurrido"... Y además, tiene humor a raudales.

Pavements no es un documental de rock como lo conocíamos. Y merece mucho la pena. 


(Pavements, dirigida por Alex Ross Perry. EEUU, 2024. Ver en Filmin).



jueves, 4 de septiembre de 2025

Espanto, de Laura Pérez




La realidad puede ser paradójica, pero la poesía es esencialmente paradójica.

Laura Pérez ilustra sensaciones, momentos y emociones que no se pueden reflejar con palabras.

Cuando las imágenes dicen más que las palabras, las palabras sobran. 

El poder de estas imágenes es el de sugerir. El ojo se conecta con las tripas, el corazón, el cerebro.

Imágenes que sugieren soledad, tristeza, pérdida.

¿Por qué merece la pena leer este libro bello y gélido? Para comprender qué le puede suceder a uno o a una, para empatizar con personas de nuestro alrededor, para conocernos mejor.







(Laura Pérez, Espanto. Astiberri. 2020).

 



jueves, 21 de agosto de 2025

Juan Eduardo Cirlot: "Lo que si como no"

 


Lo que si como no

de por nunca certeza

donde lo junto nada

amor de noche si


Muérdago enfurecido

dentro de su porqué

perdido entre perdido

de colores ya blanco


Donde su salvación

aparecida en las

se queda y reaparece

en torno de la cima


(Juan Eduardo Cirlot, Del no mundo (Poesía 1961-1973). Siruela).

lunes, 11 de agosto de 2025

Schirkoa: la ciudad de las mentiras


 

(Schirkoa: la ciudad de las mentiras. Dirigida por Ishan Shukla. India, Alemania, Francia. 2024).

jueves, 7 de agosto de 2025

Por culpa de una flor, de María Medem

 




Por culpa de una flor la historia comienza y acaba.

Antonia vive su historia, la busca, la sufre y la sueña. 

La narración poética, llena de belleza cromática, momentos de silencios, ofrece una mirada potente y a la vez frágil.

Los atardeceres, el agua, los espejos. Todo forma parte de una misma realidad, pero no toda realidad forma parte uno o una misma.

Por culpa de una flor es una historia de descubrimiento, de conocimiento y de fantasmas.

Por culpa de una flor es una historieta de una belleza apabullante.

Todos tenemos una flor (o dos, o tres...) pero tal vez no todos la vemos. 

Por culpa de Por culpa de una flor los cómics pueden ser también poesía.







(Por culpa de una flor, de María Medem. Blackie Books y Apa Apa Cómics. 2024).


viernes, 11 de julio de 2025

Septología, de Jon Fosse




Septología es uno de los libros que más me ha impactado en años. Hasta ahora, lo que más me atrae de Jon Fosse (he leído dos novelas: Trilogía y Septología), no es ni sus historias o tramas (que también), ni sus temas (que también), sino su prosa.

No es fácil escribir con un lenguaje tan sencillo y “de andar por casa” y que se generen tantas conexiones en el lector. Por un lado, Fosse logra crear un ritmo que envuelve al lector, lo atrapa hacia dentro del propio protagonista, aunque no me parece que sea de agrado para todo el mundo, pues habrá algunas personas que seguramente sientan desidia ante tanta densidad. De hecho, hay lectores que me han dicho que se les ha hecho pesado y sentían que no avanzaban. Pero también hay otros que, como yo, se han visto envueltos por su magma.

Pocas veces una obra literaria utiliza el lenguaje como lo hace el autor noruego en Septología. Fosse escribe de manera simple, con un léxico que podría utilizar cualquier persona media; sin embargo, su secreto está en la gramática, en cómo la sintaxis se flexibiliza y se repite, de la misma manera que se repiten los segundos, los minutos y las horas de un día cualquiera. Las oraciones se ordenan y desordenan para estirarse, encogerse, hacer círculos concéntricos, volver a estirarse, generar desvíos y luego volver a organizarse a base de repeticiones, algunas incluso muy seguidas. Este vaivén, ese movimiento sintáctico va generando un ritmo, una musicalidad que se ajusta con tu respiración (también con tus pensamientos, con el flujo de conciencia). Las recurrencias en Septología generan bucles, ritmos llenos de vida. Lo que podría ser aburrido (en realidad lo es), se convierte en algo esencial, porque la prosa de Fosse respira por sí misma, es lo más parecido que he leído (tal vez junto a Aullido de Allen Ginsberg o Las olas de Virginia Woolf) a bucles de respiración transformados en palabras, donde además se da una confusión de tiempos verbales que funde momentos temporales distintos, jugando con el presente y el pasado (p. 561):

(...) rezo, y miro las olas y veo a Asle sentado en una mesa del Hotel y ya se ha acabado la cerveza y ahora busca con la mirada a esa chica que atiende la recepción y no es mucho mayor que él, y por lo visto es hija de los dueños del hotel, según Sigve, y Asle quiere pedirle cerveza y pronto llegará Sigve, piensa Asle, y yo retiro el brazo de los hombros de Ales y le digo a Ales que voy a bajar un rato a casa de Åsleik y entonces Ales dice que ella siempre está conmigo, siempre está cerca de mí, esté yo donde esté, dice, y pienso que ya es hora de coger el coche y bajar a casa de Åsleik y aunque no tengo mucha hambre las costillas estarán buenas, hace mucho que no como costillas de cordero, y Åsleik es muy buen cocinero, pienso, y me levanto del sillón, pienso, y me pongo la chaqueta de pana negra y me cuelgo el bolso (...)

En este sentido, ¿no es la vida de la mayoría de los mortales un eterno bucle o una repetición de pequeños bucles? ¿Segundos que se convierten en minutos, minutos que se convierten en horas, y horas en días, días en semanas, meses, años? ¿No vivimos la mayoría un día de la marmota tras otro día de la marmota con pequeñísimas variaciones? ¿No nos narramos nuestras peripecias, deseos, anhelos y frustraciones mientras miramos por la ventana o esperamos en la cocina que el café esté recién terminado?

Hay algo especial en el ritmo que crea Fosse y que parece novedoso, y, sobre todo, genuino. Porque no es fácil escribir así, con tantas pequeñas variaciones que oscilan, que se acumulan en pequeños detalles y crecen por acumulación. Y eso que lo he leído en español. ¿Cómo será la experiencia de leerlo en noruego, el idioma de Fosse? Porque esa prosa rizomática y repetitiva genera un efecto envolvente a modo de mantra. Es un mantra que, casi sin darte cuenta, acabas repitiendo en tu cabeza, porque acabas asimilándote con la prosa envolvente del autor noruego y llega un momento en que no lees a Fosse, no lees Septología, sino que la escribes tú, te lees a ti mismo o a ti misma.

Otro de los rasgos llamativos de la novela de casi 800 páginas es que no tiene un solo punto. Se podría decir que es una concatenación de oraciones subordinadas y coordinadas, unidas por conjunciones y conectores, si bien en ocasiones hay cierta “trampa” y donde debería haber un punto y aparte nos encontramos con forzadas conjunciones como “y”. Aun así, esta licencia no quita mérito al empeño de crear un lenguaje sencillo y cotidiano a la vez que complejo por cuanto tiene de plasticidad, de densidad y de recurrencias. Sin embargo, Fosse es honesto, no busca extender de manera artificial o forzada lo que ocurre mientras Asle, el protagonista, se dirige al baño y es invadido por sus recuerdos. Se muestra lo que pasa por la cabeza de Asle a modo de monólogo interior, de flujo de conciencia, y eso aburrirá a muchos. Pero el mérito está en contar una historia siete veces, pues las siete novelas (o capítulos) comienzan igual; bueno, casi igual, y ahí viene uno de los núcleos sobre los que pivota la novela. La repetición se hace al principio algo pesada, pero después se transforma en necesaria, porque al leer somos Asle y queremos dilucidar, buscamos perdernos en las divagaciones que son como las nubes que pasan, como las olas que van y vienen y con su ritmo oscilante generan un ruido que resuena a la vez que vamos leyendo. Esos siete comienzos son casi idénticos, pero tienen pequeñas diferencias. Fosse deconstruye a Asle, su personaje principal, y lo dibuja hasta siete veces, pero con ligeras variaciones. ¿Son siete versiones de Asle? ¿Siete historias sin apenas cambios? Se podría decir que sí. Entonces, ¿para qué, con qué sentido se repite el comienzo y tantas situaciones y frases? Por si fuera poco, podríamos considerar que su amigo Asle, que es ingresado en un hospital debido a su alcoholismo, es su dopplegänger o en todo caso, el personaje en quien se habría convertido si Asle, el protagonista, no hubiera dejado la bebida. Puede entenderse que esas variaciones son caminos paralelos, ensoñaciones, vidas alternativas (de una manera similar, salvando las distancias, a los dopplegänger de Cooper en Twin Peaks). Los juegos de espejos, de nombres, de personajes, ofrecen distintas posibilidades (también parece haber un juego especular con hermana de Åsleik y con Guro). No es casualidad que la novela se divida en tres partes tituladas “El otro nombre”, “Yo es otro” y “Un nuevo nombre”. Veamos un ejemplo de esta prosa repetitiva y obsesiva al comienzo de los capítulos I y V:

Y me veo de pie, mirando el cuadro con las dos rayas, una morada y una marrón, que se cruzan en medio, un cuadro alargado, y veo que he trazado las rayas despacio y con un óleo espeso, y se ha corrido, y donde se cruzan la línea marrón y la morada el color ha producido una bella mezcla que corre hacia abajo y pienso que esto no es un cuadro, pero que al mismo tiempo el cuadro es como debe ser, está terminado, no cabe hacer más, pienso, y tengo que apartarlo, no quiero tenerlo más en el caballete, no quiero seguir mirándolo, pienso, y pienso que hoy es lunes y que tengo que dejar el cuadro con los otros cuadros en los que estoy trabajando, pero que aún no he terminado, los que tengo colocados con el bastidor hacia fuera entre la puerta de la alcoba y la de la entrada, debajo del gancho del que cuelga el bolso marrón de cuero... (pág. 13).


*


Y me veo de pie, mirando el cuadro de las dos rayas que se cruzan más o menos por el medio, y es por la mañana y hoy es jueves y he hecho fuego en la estufa y la sala está empezando a caldearse, y ayer fui a Bjorgvin en el coche y entregue los cuadros a Beyer, pienso, y me noto agotado y estoy de pie junto al caballete, mirando las dos rayas que se cruzan más o menos por el medio, una morada y otra marrón, y pienso que este cuadro no me gusta, porque yo no soporto los cuadros que pintan los sentimientos de frente, aunque yo sea el único que lo sepa, no es así como pinto, no es así como quiero pintar, porque el problema no es que el cuadro esté lleno de sentimientos, sino que los sentimientos aparezcan pintados en forma de gritos, chillidos y llantos, pienso, y pienso que esto es sencillamente un mal cuadro, pero al mismo tiempo es como deber ser... (pág, 481).

Esta narrativa rizomática y acumulativa crea un extrañamiento que funciona, porque genera resonancias internas en la historia, donde al confundirse en ocasiones los personajes, también se funden, creando un todo compacto y paradójico. Todo ello contribuye a no tener del todo claro una interpretación definida, pero la trama de Asle es sencilla, de manera que más que la historia, lo que importa es cómo se construye todo el discurso y cómo resuena en cada lector. También se proyectan recuerdos desde el presente, al fundir las coordenadas espacio-temporales, ofreciendo una sensación de flexibilidad de la historia, de atemporalidad, que además se intensifica, de manera similar al cine de Tarkovsky.

También me ha recordado a algunas películas de Hong Sang-soo, pues la novela de Fosse propone distintas variaciones sobre un mismo hecho, aunque en el autor noruego se trata más de una narración por acumulación (con ligeras variaciones), que por disrupción, como en el caso del cineasta surcoreano (en películas como The Power of Kanwong Province o Introduction).

La novela de Fosse es un testimonio de una vida, un intento de dar sentido al narrar. En un momento hacia el final de la novela, Asle nos cuenta una conversación con Åsleik: “sobre el mar y el cielo, sobre la vida y la muerte, nadie puede decir nada con certeza (...) y si antes de nacer eras algo en esa oscuridad, y si te conviertes en algo allí después de morir, sobre eso nadie puede decir nada, ni saber nada, así que para él lo único posible es el asombro” (pág. 758). Por eso, lo que ocurre en medio de esa oscuridad del antes y el después, puede no tener sentido. Por eso, Asle intenta buscar al menos un sentido al narrarse, al narrarnos su cotidianidad. Pero hay un problema, y ahí es donde reside el sentido filosófico que también tiene Septología. Parece que Asle, como se ve hacia el final de la novela, ha dejado de tener ganas de pintar, que además de su sostén económico, es su manera de vivir. ¿Ha dejado de sentir “asombro”? ¿Qué significa semejante circunstancia? ¿Es un signo de la vejez, de la depresión, del nihilismo? Si antes de nacer solo hay oscuridad y después de morir, también, ¿qué ocurrirá ahora? ¿Cómo seguir viviendo cuando todo es oscuridad, o en todo caso, no hay asombro por vivir? Vivir es narrar lo que hay en medio. Y Septología ha narrado la vida de Asle en casi 800 páginas.

(Septología, de Jon Fosse. De Conatus, 2023. Traducción de Cristina Gómez Baggethum y Kristi Baggethum).



sábado, 5 de julio de 2025

Muriel Rukeyser: "La carretera"




La carretera


Estas son las carreteras que has de tomar cuando pienses en tu país 

y recuperes los mapas de nuevo, interesado,

llames al estadístico, le preguntes al buen amigo,


leas los periódicos con indagación matutina.

O cuando te pongas al volante y las luces pequeñas

elijan reloj y gasolina; y las luces delanteras


indiquen un futuro de carretera, mientras tu deseo persigue

más allá de la intersección, del desvío, de la estación suburbana,

la transitada autopista de seis carriles diseñada para tu seguridad.


Más allá de la influencia de tu alta y céntrica ciudad, 

fuera de su cuerpo: tráfico, multitudes en penumbra,

son centros desplazados y sólidos, luchando por una buena razón.


Estas carreteras te llevarán al interior de tu propio país.

Elige las cordilleras, remonta los ríos,

atraviesa pasos. Toca West Virginia donde


el Midland Trail deja atrás el horno de Virginia,

el hierro de Clifton Forge, el hierro de Covington, baja

al próspero valle, resorts, el hotel de caliza.


Pilares y calle; spa; White Sulphur Springs.

Aeropuerto. Caras animadas, inexpresivas, ricas, deseando dotar

de historia al salón de baile, de tradición al primer tee.


Las montañas simples, abruptas, oscurecidas de pinos

en el clima repentino, húmeda irrupción de primavera;

cortadas al través por la nieve, el viento azota la ladera de las colinas.


La tierra aquí es feroz, escarpada, erguida contra la nieve,

los ríos y la primavera. KING GOAL HOTEL, Mirador,

y cogiendo la curva brutal, el barranco del New River.


Ahora el fotógrafo saca cámara y maletín,

sondeando el paisaje profundo, sigue el descubrimiento

viendo a través del vidrio esmerilado una imagen invertida.


John Marshall nombró la roca (pinares escarpados, un desplome

que exploró en 1812, denominada) Marshall’s Pillar,

y aun luego, Hawk’s Nest. Aquí está tu carretera, te une


a sus significados: barranco, peñasco, precipicio.

Comprimido ahí abajo, el duro río de piedras verdes

se abre camino veloz y directo hacia el pueblo.


(Muriel Rukeyser: “La carretera”, U.S.1. El libro de los muertos. Música nocturna. Dos travesías. Ultramarinos, 2022. Traducción de Ruth Llana).

*

These are roads to take when you think of your country
and interested bring down the maps again,
phoning the statistician, asking the dear friend,

reading the papers with morning inquiry.
Or when you sit at the wheel and your small light
chooses gas gauge and clock; and the headlights

indicate future of road, your wish pursuing
past the junction, the fork, the suburban station,
well-travelled six-lane highway planned for safety.

Past your tall central city’s influence,
outside its body: traffic, penumbral crowds,
are centers removed and strong, fighting for good reason.

These roads will take you into your own country.
Select the mountains, follow rivers back,
travel the passes. Touch West Virginia where

the Midland Trail leaves the Virginia furnace,
iron Clifton Forge, Covington iron, goes down
into the wealthy valley, resorts, the chalk hotel.

Pillars and fairway; spa; White Sulphur Springs.
Airport. Gay blank rich faces wishing to add
history to ballrooms, tradition to the first tee.

The simple mountains, sheer, dark-graded with pine
in the sudden weather, wet outbreak of spring,
crosscut by snow, wind at the hill’s shoulder.

The land is fierce here, steep, braced against snow,
rivers and spring. king coal hotel, Lookout,
and swinging the vicious bend, New River Gorge.

Now the photographer unpacks camera and case,
surveying the deep country, follows discovery
viewing on groundglass an inverted image.

John Marshall named the rock (steep pines, a drop
he reckoned in 1812, called) Marshall’s Pillar,
but later, Hawk’s Nest. Here is your road, tying

you to its meanings: gorge, boulder, precipice.
Telescoped down, the hard and stone-green river
cutting fast and direct into the town.